BienVenidos

8- La Cabeza de Turco

- ¿Sabes lo que me ha contado la señora Rafaela, la madre de la prima de la panadera?- mi tía soltó los típicos lazos familiares que su único fin era el de liar más aún al receptor para que no preguntase nada y asintiese como una tonta, que es lo que hice- Al parecer alguien hizo un grafiti en la puerta de la panadería, ¿y sabes por qué? Por lo visto la hija mayor se ha estado viendo de noche a todos los chicos del barrio, de allí esa sucia palabra que se leía en el grafiti- que venía siendo puta, pero ella siendo de una época en la que decir aquellas cosas era algo maléfico o tabú, y que creían que irías con Lucifer si pronunciabas esas palabras, nunca verías salir de sus labios una palabra tan fea.
Esta era la forma que tenía mi tía abuela para tranquilizarse, pues se había dado cuenta nada más verme de que algo me había sucedido tanto por mi cara como por mis magulladuras.

Nada más llegar a casa me tuve que inventar una mentira lo más convincente que pude en un segundo para enfrentarme al tercer grado al que me sometió, y creo que no me salió mal, dadas las circunstancias. Le conté que me había caído por las escaleras que había en una de las entradas del parque, de allí mis moratones. Era una historia muy creíble si tenemos en cuenta que soy la mar de patosa por naturaleza. Además, le confesé que mi mala cara era resultado de una mini discusión que tuve con una amiga por una tontería, nada importante.

Y aquí estaba yo haciendo como que estaba escuchando los chismorreos del vecindario, pues sabía que ella también necesita a alguien con la que hablar y desahogarse como cualquier otra persona. Aún así, no conseguía centrarme en esa charla, no dejaba de pensar en todas las extrañezas que no me habían dejado de ocurrir desde mi decimoctavo cumpleaños. Parecía que estuviera en medio de una conspiración mundial, en el que el lema era algo así como “démosle de golpes a la pobre de Diana”. O eso es lo que creería si esto fuera uno de los libros que leo y debiera sacar una conclusión, pero no lo era, esto es la realidad. Cosa que no es fácil de recordarlo cuando te suceden todo tipo de cosas inexplicables en un breve lapsus de tiempo.

Además mi voz interior no es que ayudaran a disipar las dudas con una respuesta lógica y racional. No paraba de repetirme, una y otra vez, que todo ello no podía ser únicamente la consecuencia del alcohol y de la maria de Ruth, y no consumo ningún tipo de droga. Nada de eso explica todo lo de demonios, sombras, secuestros… ¿Me estaría volviendo loca a fin de cuentas y todo era fruto de mi loca mente? Esa teoría, aunque no me gustara admitirlo, era muy razonable, pero si estaba loca lo sabría, ¿no?

Estaba más que confundida.

- Tía, tengo que irme, he quedado con Maggie y las otras para limpiar la lonja- una mentira garrafal, pero es que no quería saber más sobre la vida ajena, ya tenía suficiente con la mía propia-. Así que no me esperes despierta, ¿vale?

Me levanté de la silla donde me encontraba y me incliné para darle un beso en la frente a modo de saludo. Me regaló una de sus mágicas sonrisas, de esas que te dejan claro hasta qué punto eres importante para ella. Se lo devolví gustosamente, pero al mirarla nuevamente y fijarme en sus numerosas arrugas me puse a pensar en el paso del tiempo y en el final. No sabría qué hacer si la perdiese a ella también, era lo último que me quedaba en el mundo…

Esta vez, antes de salir de casa, cogí mi bolso y metí en él un espray anti violadores y una navaja multiusos, por si no me estuviera inventado todos esos episodios de violencia. Mi tía siempre me decía que más valía prevenir que curar, y eso mismo creía yo también.

Salí de casa evitando el callejón a toda costa, y por ello tomé el camino más largo. Aun así en ningún momento bajé la guardia, tenía los nervios a flor de punta, y no es de extrañar pues según mi experiencia o locura de estos últimos días había una gran probabilidad de que me esperara un nuevo ataque. Pero nada me atacó esa vez, llegué a mi meta con una asombrosa facilidad gracias a mi moto.

Aporreé la puerta hasta que Iraultza me abrió la puerta dejándome ver el caos ordenado que era nuestro querido local. Sofás “rescatados” de mudanzas (os preguntareis porque se pierden cosas en las mudanzas, ahora ya lo sabéis) o objetos legados por algún pariente que quiere deshacerse de ellas. Así habíamos construido nuestro pequeño santuario sin apenas gastar un duro en ello. Y la verdad es que nos había quedado muy bien teniendo en cuenta todo ello. No había más que ver nuestros posters de tíos buenos, nuestro estéreo con la mejor música, la televisión con TDT, el mini bar lleno hasta los topes de alcohol, el play station para los chicos, alfombra de piel, una mesita en la que se encontraba la cachimba de Ruth y cartas…

En definitiva, era el mejor lugar donde uno puedo ir cuando quiere desconectar del mundo, que era lo que yo tenía intención de hacer. Aunque debí suponer después de mi mala racha todavía no había pasado la tempestad y que los problemas no iban a quedarse fuera de la puerta, como me hubiera gustado a mí.

Cuando entré vi como todas las chicas y Bingen, como no, se encontraban cuchicheando con las cabezas juntadas creando un círculo perfecto y muy íntimo que en un primer momento me extrañó, pues normalmente, en especial si se encontraba Maggie entre medio, solían hablar a voz de grito para no tener que repetir las cosas dos veces por falta de entendimiento o algo por el estilo. Así éramos nosotros, pero aquel día había algo raro, algo fuera de lo común, pero ¿qué?

Oí el final de la frase que Laura estaba decía cuando entré.

-… deben estar destrozados, eso de no saber nada no puede ser bueno.

- ¿De qué habláis?- les pregunté sonriente incorporándome al grupito, quienes me miraban con miradas de asombro.

- No lo sabes- sentenció Laura tras mirarme fijamente a los ojos sin apenas parpadear-. Odio darte esta información, pero parece que Laida no volvió a casa después de la fiesta de la playa, no se sabe lo que ha ocurrido con ella, sus padres se preocuparon cuando vieron como ni su bicicleta ni ella habían vuelto a casa. La policía ha empezado a investigar el asunto, pero todavía no han encontrado gran cosa. Según me han dicho van a interrogar a todos los amigos, novios y familiares de Laida. A mí me han citado para mañana a la mañana, así que yo que tú, esperaría una llamada- pero había algo que no me decía, lo veía en sus ojos, sentía como había algo que la incomodaba pero que no se atrevía a formularla.

Sobrevino un incómodo silencio en la que todos tuvimos más que presente a nuestra vivaz amiga desaparecida. Pero a diferencia de los demás mi mente estaba dividida en dos partes, por una estaba la que analizaba aquel día, la de su desaparición, con meticulosos detalles en busca de algo esencial, algo que me pudiera aportar alguna luz al asunto.

Por otra parte, a la otra mitad se le había encomendado la misión de descifrar el por qué de algo extraño que estaba sucediéndome desde que puse una pierna en el local. Y es que, en esa parte de la mente, se encontraban agolpados unos sentimientos muy encontradizos y frustrantes. En las que se encontraban empezando por la tristeza pasando por la incomodidad hasta llegar a la insana sospecha. Pero lo sorprenderte de la situación no fue que sintiera tan vívidamente todos aquellos sentimientos hasta el punto de que doliera la cabeza como si una taladradora estuviera haciendo un agujero en la cabeza, si no el descubrir que esos sentimientos no me pertenecían a mi si no a mis colegas. Era como si percibiera sus sentimientos como lo hacía Phoebe la de Embrujadas. Parecía que padecía algún tipo de empatía hacia mis amigas.

Según sentí creían que yo podía saber algo más sobre la desaparición y que me lo guardaba para mí misma. Para ellos, eso explicaría con creces mi extraño comportamiento aquel día y mi ausencia del día después. Estaban asustados y furiosos por lo de lo de Laida y necesitaban una cabeza de Turco, que ¿qué mejor que una que la de la chica que se portó raro en la fiesta? Aún así, al mismo tiempo, me tenían como una amiga que era incapaz de hacer algo tan retorcido y maligno, por ello les dolía la sola idea de verme como sospechosa. Estaban confundidos. No sabían qué pensar y esa confusión llegaba a mí con una sorprendente fuerza, que me empezaba a abrumar. Querría saber como una puede desconectarse de esto, me estaban entrando unas jaquecas…

- Blacky, tú no sabrás nada sobre el tema, ¿verdad?- me preguntó Ruth con la viva esperanza de que dijera que no.

Solo tuve unos segundos para sopesar lo que podía o no contarles sin que creyeran que estaba como una regadera y al mismo tiempo crear una mentira convincente que explicara mi ausencia y todos los agujeros en la historia que iba a contar.

- La última vez que la vi, la vi en compañía de un tipo, ya sabéis que Laida es incapaz de ver nada malo en la gente. Por eso supongo que se fue con él cuando la perdí de vista cuando iba a por ella, me echaron calimocho por la cabeza y al darme la vuelta nuevamente a por ella tras darle un empujón al patoso del calimocho ya no estaba allí. Me sentía inquieta- admití-, ese chico no me gustaba ni un ápice, por eso quise saber donde estaba antes de irme. Para asegurarme que nada malo había sucedido- hasta allí todo bien, no tuve que mentir.

- ¿Y donde estuviste todo el día de ayer?- esa pregunta fue hecha por Iraultza, pues no estaba convencida del todo.

- Esto… yo… es que…- interpreté lo mejor que pude mi papel de tímida, para algo servirían las clases de teatro que pagaba mi tía, hasta me sonrojé y todo para darle más énfasis- Mierda, lo confieso, estuve con un chico. ¿Estáis contentas? Ya me lo habéis hecho decir- me crucé de brazos y miré a otra parte para parecer incómoda y al mismo tiempo desafiante, esperaba haberlo hecho bien.

El ambiente se trasformó al instante, de estar cargado de sospecha terminó estando cargadito de expectación apenas contenida. Esperaban que les ofreciera cada detalle de la velada, y al ver que yo no estaba por la labor de soltar prenda de mi supuesta vida amorosa, se dispusieron a entrar en acción.

- ¿Cómo se llama?- el primero en formular sus pensamientos fue Bingen.

- ¿Es mayor? ¿cuántos años tienes?- preguntó Martini.

- ¿Has pasado la noche con él?- fue lo que dijo Laura.

- ¿Lo habéis hecho?- y como no esta fue formulada por Maggie, la cual ya me lo esperaba.

Alcé la mano para pedir un poco de silencio para poder responder a algo, cosa que conseguí casi al instante. Debían de estar la mar de intrigados para haberse callado tan fácilmente, y eso solo me podía augurar una larga lista de preguntas y respuestas. Intenté salir de esta lo mejor que pude.

- ¿No debería de tener un abogado?- bromeé.

- Y lo tienes, soy yo - dijo Ruth sentándose a mi lado-, y a menos que quieras que utilicen métodos más drásticos te recomiendo responder- esto último me susurró en la oreja para que nadie más que yo oyera.

No me lo pensé dos veces.

- Arioch. Creo que sí. No lo sé. Sí y no- respondí rápidamente- En ese orden.

Ruth me miró con aprobación mientras le daba una calada a su porro y me lo ofrecía como premio por haberle hecho caso. Creí que con esas simples preguntas todo habría terminado, que equivocada estaba. Las siguientes horas los pasamos, ellos haciéndome preguntas y yo inventándome una mentira convincente u omitiendo parcialmente la verdad.

Intenté memorizar todo lo que decía, hacer mis respuestas los más simples posible, que fuera fácil de recordar, pues puede que la policía me preguntase sobre ello y no quería meter la pata diciendo algo incorrecto y que a continuación que creyesen que era la culpable de la desaparición.

¿Qué mentir a tus propios amigos está mal? ¿Y mucho peor a la policía? Puede que tengáis la razón, pero algunas veces hay que hacer excepciones, como esta. Además, yo necesitaba una cuartada, pues cuando la investigación se pusiera en marcha, la amiga preocupada de sobremanera y desaparecida al día siguiente sería la primera sospechosa de la policía. Y no pensaba ir a la cárcel por desaparición que no cometí.

No sé cuánto tiempo pasó antes de que la gente empezara a partir a sus respectivas casas con las sospechas mayormente disipadas según pude vislumbrar en sus sentimientos. Todavía se me hacía raro pensar en ello como algo real y no ficticio, como lo había tomado hasta entonces. Lo primero que haría al llegar a casa sería buscar información sobre lo que me estaba pasando con todo eso de la repentina empatía que poseía, no podía ser normal. Puede que hubiera pillado algún tipo de enfermedad rara que tuviera como síntoma la empatía. Era una respuesta muy lógica, aunque una parte minúscula de mi se negaba a creerlo. Puede que viendo algún capítulo de “House” sobre el tema me ayudará a disipar toda duda de mis sentimientos.

Y hablando de sentimientos, me volví hacia una Laura un poco molesta por algo que no pude descifrar, lo que si sabía era que estaba muy enfadada con alguien y que no hacía nada por irse a casa. Eso solo podía significar una cosa, había vuelto a discutir con su madre. De todos sabido era que la madre de Laura no le tenía gran aprecio a su hija, no entendía por qué, era una gran amiga, puede que fuera un poco malhumorada cosa que era comprensible con una madre así, pero una buena amiga después de todo. Es verdad que ella y otras, que venían siendo Ruth y Martini, habían pasado una temporada en un reformatorio por distintas razones: una por robar en tiendas, la otra por asuntos de compraventa de drogas y la otra por linchar de lo lindo a un grupo de chulitos que, en mi humilde opinión, se lo tenían bien merecidos. Aún así, ese no era razón suficiente para llevarse así con su hija, ella no se lo merecía, había tenido una infancia difícil, solo eso.

Me acerqué a ella y le di un abrazo.

- Un mal día con tu vieja, ¿eh? ¿qué piensas hacer?- le pregunté abrazándola aún más para mostrándole que estaba con a ella en esto.

- ¿Que qué piensa hacer?- en vez de ser la voz de Laura la que me contestó fue la de Martini la que intervino en la conversación- ¿Nos es obvio? Dormiremos en la lonja las cuatro, hay sofás para todos.

- ¿Cuatro?

- Laura, obviamente, tú, yo y Ruth- dijo señalando a nuestra compañera, la cual ya había reclamado su sofá, la más cómoda claro está.

- Esta es la mía- dijo posesivamente mientras nos sacaba la lengua, únicamente le faltaba decir lo de “es mi tesoro” para parecer un perfecto Smigol- Haber andado más deprisa, chicas.

Las tres nos miramos a los ojos durante un breve lapsus de tiempo y puedo aseguraros que vi la misma determinación que desprendían los míos propios. En un segundo todas nos encontramos sumidas en un frenesí para encontrar el mejor sitio para dormir, charlando alocadamente y bromeando con la comodidad que solo las grandes amigas poseen.

Nos encontrábamos ajenas de la presencia que al otro lado de la calle no había dejado ni un momento de escuchar cada palabra que había salido de nuestras bocas. Una presencia que sonriendo amplia y maliciosamente con sus afilados dientes volvió a fundirse con la noche al que pertenecía en busca de su señor para darle las buenas noticias.

Ella había despertado y con ella el plan debía ponerse por fin en marcha…

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