BienVenidos

1- ¡Felicidades!

Riiing!!

“Oh dios no”, ese fue mi primer pensamiento antes de coger el diabólico despertador y estamparlo contra la pared.

Siempre he creído que dicho artilugio fue creado por el mismísimo diablo o de algún retorcido ser que le encantaba fastidiar a los demás quitándoles sus horas de placentero sueño. No me extrañaría averiguar que ese mismo inventor fuera el mismo que inventó los exámenes. Dios, como me gustaría tener una máquina del tiempo para poder impedir la creación de esos maquiavélicos inventos, ¿desear es libre no creéis?

Intenté desperezarme y levantarme de la cama, pero como cada mañana me encontraba pegada a las sábanas. Y ya sabéis lo que dicen, si no puedes vencerlos (a las mantas) únete a ellos (es decir seguir en la cama).

Me encontraba en camino de volver a quedarme dormida nuevamente cuando el sueño que tuve aquella noche me vino a la cabeza. Era ese sueño nuevamente, había tenido ese mismo sueño desde que tenía uso de razón. Siempre el mismo paisaje, siempre los mismos protagonistas, siempre la misma historia inacabada. La verdad es que es muy aburrido soñar el mismo sueño una y otra vez, sin descanso alguno, en especial si tus padres te llevan a todo tipo de especialistas para descubrir el por qué de esas repeticiones y el significado que pudieran tener. Pero a mi parecer no es más que un estúpido y muy cansino sueño que no me dejaba en paz con su eterna repetición.

Aunque… algo había cambiado ese día. ¿Por qué, después de dieciocho malditos años, había decidido cambiar hoy?

Vale, mierda, se me había quitado el sueño.

- Gracias- refunfuñé.

Alguien dio unos pequeños golpecitos en la puerta de mi pequeña habitación antes de que la canosa y siempre tan cariñosa cara de mi tía abuela Violeta apareciera de él.

- ¿Qué nuestra bella durmiente se despertó de su largo letargo?- me preguntó sonriente, cosa que hacía resaltar sus pequeños óyelos, los cuales he heredado de ella.

- Y luego me preguntarán las amigas por donde he sacado la afición de leer y de utilizar ese vocabulario tan peculiar- murmuré.

- Los libros son la memoria del mundo, esas amigas tuyas harían bien leyendo un poco más en vez de ver esas telenovelas…

- Abuela…

- No digo nada- dijo alzando las manos a modo de rendición- Ellas sabrán lo que se pierden como tu si no bajas pronto, el desayuno no sabe igual cuando está fría.

Volvió a sonreírme antes de desaparecer por la puerta.

Me levanté de un salto de la cama y me fui a la ducha a toda prisa. Nadie en el mundo se perdería los exquisitos platos de mi tía, de algo le debió servir el ser el chef de un restaurante en su juventud, ¿no? Dios, se me hacia la boca agua con tan solo pensar en ello, que hambre.

El agua de la ducha caí sobre mi rostro mientras me limpiaba el cabello, era una forma muy recomendable para relajarse, aunque ese día no me sirviera de mucho. Pues sin yo quererlo pronto me encontré recordando mi tan conocido pero hoy tan cambiado sueño con una claridad asombrosa para un sueño.



En él yo era una hermosa joven con una preciosa melena larga color azabache y un vestido blanco que se encontraba al pie de un acantilado. Me encontraba inquieta por lo que sucedería, ese día podría ser un gran día, era el día que cambiaría su mundo. Solo había que esperarle a él, confiaba en él, él conseguiría lo que durante tanto tiempo habíamos estado buscando… una vida juntos sin las limitaciones de las reglas de nuestros respectivos mundos…



Salí de la ducha envuelta en mi toalla negra, adoro el color negro, y antes de que preguntéis, no, no soy gótica, soy solo una jovencita aficionada a la lectura que viste de negro, así de fácil y simple.

Me sequé el pelo e hice con él lo que pude, que se simplifica diciendo que lo peiné y lo dejaré suelto creando ondulaciones marrones que llegaban hasta mi espalda. Viva el pelo largo.

No perdí mucho tiempo en maquillarme, como siempre únicamente me pinté la raya del ojo y me dirigí al armario en busca de lo que pondría aquel día. No sabía que escoger, si mi camiseta negra con el logo de HIM, los motors negros campanas y botas negras o mi camiseta morada de tirantes con el dibujo con un gato negro con un pentagrama, mis otros pantalones negros y zapatos de tacón bajo. Era un dilema difícil la verdad.

Y lo vuelvo a repetir no soy gótica, lo repito por si a alguno se le ha ocurrido pensar lo contrario. No tengo nada contra ellos,

- Diana- se oyó la voz de mi tía.

Al final me decante por la segunda opción, debía hacer honor a mi mote como Black cat, y bajé como una exhalación las escaleras hasta la cocina en la que se olía el delicioso aroma de los creps de queso recién hechos, el capuchino y mi zumo de naranja elaborada por las hábiles manos de mi tía, nada de esa porquería artificial, la cual me esperaba en la mesa. Se levantó nada más verme entrar en la habitación.

- Felicidades, mi niña- dijo envolviéndome en un caluroso abrazo, cuando volvió sus ojos a mi noté que las lágrimas surcaban su rostro- Dieciocho años ya, ¿quién diría que hace no mucho eras aquella niña que venía corriendo a mi porque tenía pavor de la oscuridad? ¿O la que lloraba cuando se meabas en la cama cada dos por tres?...- dijo con la vista fija en aquellos recuerdos.

- ¡Tía!- dije sonrojándome.

Una sonrisa se adueñó de su cara.

- Eras tan pequeña y mira lo grande que te has hecho. Pronto iras a la universidad y serás la primera abogada de la familia. No sabes lo orgullosa que estoy y estoy seguro que ellos también lo estarían si estuvieran aquí.

Si, mis padres hubieran estado orgullosos viendo que su única hija hubiera sido aceptada en una de las grandes universidades para que en el futuro se convirtiera en una gran abogada. Si tan solo estuvieran aquí…

Dolía, dolía recordar que jamás los volvería a verlos nuevamente, que jamás me verían coger mi graduado, que jamás me verían conseguir mi primer trabajo… era muy doloroso. Pero lo peor no era eso, si no la falta de imagen alguna aparte de los retratos que mi tía seguía conservando de ellos dos juntos, y es que la parca me los arrebató a la temprana edad de cinco años en ese maldito accidente de coche en el que viajábamos los tres en dirección a casa después de unas largas y merecidas vacaciones. Al camión de enfrente le sucedió algo y no tuvimos tiempo para frenar antes de que diéramos de lleno contra él. Cuando la policía y los bomberos llegaron al lugar del accidente encontraron con que la trágica y recientemente quedada huérfana niña de cinco años sin un simple rasguño. Los medios hablaron mucho de mí, se dijo que tenía había sido un milagro, que la gracia de dios estaba en mi y que por ello no había muerto en aquel momento, y una mierda, si eso fuera cierto ellos todavía estarían vivos y no muertos como están. Siempre he creído que ese dichoso dios, que tantos y tantos le adoran, debe ser condenadamente retorcido como para alejar a una niña de los brazos de sus padres. Esa es la razón obvia de mi ateísmo.

- Sí, yo también lo creo.

- Y como son tus cumpleaños que mejor forma de empezar el día sino con regalos- dijo intentando mejorar el ambiente que se había tensado al mencionar a mis padres.- Espero que te gusten- me tendió dos cajas con sus respectivos envoltorios y sus lazos de colores.

Como a todos a mi me encantaban los regalos, si a eso se le sumaba mi naturaleza curiosa e impaciente, nos encontraríamos abriendo el primero de los regalos lo más rápido posible, rompiendo el envoltorio de cualquier forma. De todas formas debía romperse para encontrar lo de dentro, así que la sutileza no tenía ningún sentido.

Me llené de alegría al ver que lo que contenía el primer paquete era “Los juegos del Hambre” de Suzanne Collins, era el libro que había estado buscando durante un mes entero sin logro alguno y ahora se encontraba en mis manos. Y no se trataba de un ejemplar cualquiera, sino de un ejemplar de edición especial con la mismísima firma de Suzanne. Creo que empezaría a hiperventilar.

Cuando por fin pude levantar la vista del libro me encontré con la ansiosa mirada de mi tía abuela. Me di cuenta que no me había ni siquiera movido desde que lo cogí y que esa misma falta de movimiento lo había interpretado al descontento por mi parte hacia su regalo. Vi que abría la boca para decir algo del estilo de que si no me gustaba podía devolverlo, o algo por el estilo, así que me apresuré a acallar sus temores. Le ofrecí mi más sincera y deslumbrante mientras le daba un gran beso de agradecimiento.

- Me encanta, te debió de costar mucho.

- Tirando de un par de hilos que tengo en una agencia que se dedica a publicar libros no fue tan difícil encontrarlo- seguía sonriéndome con más alegría si cabe-. Pero abre el segundo regalo, te juro que eclipsa el primero y todo- me instó.

¿Mejor? ¿Qué podría haber mejor que un libro firmado por una de mis autoras preferidas? Cogí entre mis manos la diminuta cajita con envoltorio rojo y un lazo negro, los cuales les quité con un rápido tirón para encontrar una caja de terciopelo negro con bordes dorados. Solo la caja debía de valer lo suyo.

Mis perplejos ojos se volvieron a mi tía abuela Violeta.

- Ábrelo que no muerden, no que yo sepa.

Me preparé a abrirlo con cuidado, no fuera a romperse lo que había dentro, y si antes me encontraba perpleja con la cajita su contenido me robó el aliento de tan bello y perfecto que era. Ante mis ojos se encontraba un par de pendientes en forma de lágrimas de oro y precioso medallón circular labrado con oro blanco en el que se podía apreciar la silueta de unas majestuosas alas y entre ellas una reluciente lágrima de oro.

- Pero esto…- no podía respirar por la sorpresa.

- Si, eran de tu madre, y es hora de que sean tuyas.

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