BienVenidos

13- Grabado a fuego

Había releído la carta una docena de veces desde el momento en el que abrí el sobre con la esperanza de que su contenido cambiara de un momento a otro, con la esperanza de que no fuera cierto lo que mis ojos leían en él. No quería admitir las verdades que se escondían tras esas ponzoñosas palabras y es que… ¡habían secuestrado a Laida por mi culpa! Alguien, que se hacía llamar anónimo, quería algo de mí, de eso estaba más que segura, y para ello utilizaba a uno de mis amigos cara coaccionare llegado el momento de coger lo que deseaba de mí.

Además, esa persona sabía que no era hum… que era distinta a los demás, me corregí mentalmente, pues debía hacerme a la idea de que no era la misma de antes, una idea que empezaba a hacerse cada vez más y más evidente a cada rato que pasaba. No había más que ver que ni mi velocidad ni mi fuerza eran los de una persona corriente, era capaz de correr más rápido que el campeón olímpico y de doblar el acero sin emplearme a fondo. Hazañas que serían imposibles de realizar para cualquiera de mis amigas, pero tan insignificantes para mí desde que fui tatuada. Y como olvidarse de ese detalle como el de que me faltara una sombra a mis pies que me siguiera a todas partes fielmente como a cualquier otro. Que creyera que era diferente a los demás no significaba que me gustase serlo.

Y para colmo, quien quiera que fuera el emisor era algún tipo de ser sobrenatural que había prometido ofrecerme una muestra de su poder gran poder sobre mi vida y su sinceridad cuando decía que era capaz de matar a mi amiga si lo intentara delatar. La cuestión era, ¿qué era lo que tenía pensado hacer?

Por extraño que pueda parecer sentía que la respuesta a su pregunta se encontraba escondida tras esas palabras escritas con tanto esmero en el papel que tenía entre las manos. Únicamente debía saber encontrarlo, cosa que era más fácil decirlo que hacerlo. Nunca he sido buena con los rompecabezas, cuando era pequeña siempre los evité…

Estando sentada mirando a un papel como una idiota no me ayudaría para nada a descifrar su contenido, lo mejor sería hacer algo mientras esperaba a que llegara la hora de ir a la comisaría a declarar. Además, siempre se me habían ocurrido las mejores ideas o las respuestas a cualquier cosa cuando estaba ocupado en otra cosa.

Bajé a la cocina y, como dictaba nuestro calendario, hoy me tocaba a mí hacer el fregado, así que manos a la obra se ha dicho. Gracias a la velocidad extra que parecía haber conseguido lo de limpiar los platos se convirtió de ser algo lento y aburrido a ser algo fascinante y rápido. Parecía que mis poderes servían para algo bueno, pensé con una sonrisa en los labios.

Ya que estaba, limpié la cocina de arriba abajo hasta dejarlo impoluto en un abrir y cerrar de ojos. De aquella forma le quitaría un trabajo a mi tía para cuando despertara.

Miré mi mano tatuada con fascinación ante la idea de que gracias a él y los poderes que había despertado en mí, unos poderes que les hubiera costado un infierno aparecer de no ser por el desconocido tatuador, podría hacer que la vida de mi tía fuera lo más cómoda posible. Se lo debía, ella había arriesgado su vida al cuidar de mí cuando más lo necesite en vez de abandonarme a mi suerte como lo habría hecho mucha gente con un futuro tan brillante como lo suyo. Sacrificó todo, tuvo la oportunidad de casarse pero no lo hizo por cuidarme, pudo haber sido un magnate multimillonaria pero lo rechazó por mí, podría haber poseído una vida tranquila pero prefirió cuidar de una niña pequeña de cinco años. Si estos poderes eran míos para lo que yo quisiera los utilizaría, sin pensármelo dos veces, en ella. Era la única que se merecía el beneficio de que yo fuera especial.

Después de limpiar la cocina, le tocó el turno a su cuarto, los baños, la sala… Toda la casa quedó reluciente a mi paso. Me encantaría haber visto la cara que puso al percatarse de ello, pero para cuando terminé con todo era hora de partir en dirección a mi cita con la policía.

La comisaría de la policía era un edificio de ladrillo situado en el centro de la ciudad, a apenas unas cuantas manzanas de mi casa. Era un edificio que su sola presencia te hacía recordar la mano dura de la ley, de que nada se escapaba de su vista. En definitiva, era un lugar que imponía respeto a todo aquel que se osara verlo. La entrevista sobre la desaparición de mi amiga tuvo lugar en un cuarto gris claro con una gran mesa blanca y unas sillas de plástico muy incómodos, de esos que te dejan el culo plano. El jefe de policía, que se llamaba Henry Ramírez, el hermano mayor del agente Ramírez que llamó a mi casa según supe más tarde, era un hombre calvo y regordete vestido con unos pantalones negros y una camisa blanca de manga corta. Sus ojos grises parecían blanqueados con lejía. Se sentó enfrente de mí y me hizo las preguntas en voz baja, mientras tomaba nota sobre todo lo que decía.

- ¿Cómo dices que conociste a la desaparecida?- empezó a preguntar con voz neutral, sin traslucir ningún tipo de sentimientos.

- Teníamos alguna que otra clase juntas-admití-, además, fue ella quien me preguntó si quería ser parte de su cuadrilla, le debo mucho.

- Has dicho teníamos, ¿me podrías decir por qué del uso del pasado?- preguntó frunciendo el ceño.

- Claro, como bien sabes las dos hemos terminado el bachillerato y como cada una va a estudiar una cosa diferente, ella periodismo y yo derecho, no volveremos a tener clases juntas.

Asintió y apuntó algo más en la libreta que tenía en la mano.

- ¿Cuánto tiempo lleváis siendo amigas vosotras dos?- quiso saber sin dirigirme la mirada, estaba demasiado centrado en sus notas.

- Podría decirse que desde hace dos años, cuando entre en el instituto y me tocó que sentarme con ella en clases de economía.

- Interesante, y ¿desde entonces no has tenido ninguna disputa con ella? ¿Por algún chico, porque se había ido de la lengua o algo por el estilo?

- No, que yo recuerde nunca nos hemos enfadado por ninguna razón, como ya te dije le debo mucho, cuando estaba sola, sin ninguna amiga,- y al recordar ese episodio oscuro de mi vida bajé la mirada para ocultar el dolor del recuerdo- fue ella quien me ofreció una mano amiga en la que agarrarme. Las cosas así, tengo más cosas que agradecerle que reprocharle. Laida es una de las mejores personas que conozco.

En ese momento, la cara del jefe de policía cambió por un segundo al oír mis palabras que trasmitían la soledad en la que tuve que vivir por mucho tiempo. Lo que al principio era un hombre frío como el hielo, que sospechaba de mis palabras, terminó por convertirse en un hombre que sabía lo que se sentía al estar solo, como pude ver tanto en su aura como en sus sentimientos él también vivió algún que otro abuso por parte de sus compañeros cuando era más joven. Comprendía lo que se sentía, comprendía la soledad en la que viví. Eso era un punto a favor mío.

- Lo siento- su voz se ablandó un tanto- esto debe ser duro para ti, al fin de cuentas es tú amiga, si quieres podemos posponer esta conversación para otro día.

- Sí, pero tranquilo- le contesté con una sonrisa triste-no es necesario, hazme las preguntas que has de hacerme para ayudar a encontrarla. Haré lo que sea para atrapar al malnacido que la haya secuestrado y traerla devuelta- estas últimas palabras no iban dirigidas a él sino a ella, ellos nunca podrían encontrar al culpable por la simple razón de que él no era humano y, de encontrarlo, estaba más que segura que ninguno de ellos sería rival para ningún ser sobrenatural. No estaban preparados para ello, pero yo sí y pensaba hacer algo para ello aunque me fuera la vida en ello, le debía ese esfuerzo por lo menos.

- Está bien- sentía que había conseguido algún que otro punto a sus ojos- ¿Dónde estabas la noche que desapareció?

- Estaba en la fiesta de la playa, en la misma fiesta que ella.

- ¿Hablaste con ella?

- Sí, estuvimos hablando sobre lo bien que habían montado la fiesta nuestras amigas, Ruth y Martina, también estuvimos bromeando, cotilleando y charlando. Cosas típicas de chicas vamos.

- ¿Y no viste nada extraño? ¿Algo que nos pueda servir para algo en la investigación? – preguntó sin muchas esperanzas.

- La verdad es que sí- la sorpresa era notable en su cara- Cuando terminó el concierto la vi hablar con un tipo que me dio mala espina. Iba ir a por ella y alejarla de él cuando un chico me tiró el trago encima y me volvía para propinarle un empujón por patoso. Para cuando me volví ninguno de los dos se encontraba allí.

- ¿Recuerdas algo de ese chico?- preguntó más atento que nunca, estaba sintiendo que por fin había logrado una pista válida que echaba por tierra la teoría que había propuesto un compañero suyo de que se había escapado por voluntad propia de casa.

- No veo muy bien de lejos, puede preguntárselo a mi oculista si quiere. Desde hace un par de años necesito utilizar gafas para leer la pizarra y ver películas en el cine. Por lo tanto, no pude verlo bien- vi como toda sus esperanzas se desmoronaban, así que intenté recordar alguna cosa que le sirviera para algo- Espera me acuerdo de algo, ese chico, que tendría unos cuantos años más que nosotras, iba vestido completamente de negro y aunque llevaba una capucha que le escondía la cara desde donde me encontraba, por alguna razón me pareció vagamente familiar. ¿Eso os sirve de algo?

- Es posible, no tengo más preguntas para usted por ahora, puede irse, pero si recuerda algo…- me ofreció su teléfono.

- Descuida, se lo haré saber sin demora, de eso no tenga duda.

El jefe de policía parecía un buen tipo, de los que daban todo en su trabajo y se exigían aún más a sí mismos. Estaba segura de que estaba haciendo todo lo que podía para encontrarla viva, por ello me dolía tanto omitir el hecho que el secuestrador se había comunicado conmigo recientemente. Por más que me cayera bien el policía contarle todo lo que sabía no me serviría para nada si por ello mataban a mi amiga.

Con eso en mente cerré el pico y sin decir nada más que pudiera perjudicarla más aún salí de la comisaría a toda prisa a casa. Había empezado a oscurecer desde que había entrado en comisaría, el hecho de que me habían hecho esperar más o menos una hora, pues tenían a mucha gente que entrevistar, antes de que por fin llegara mí tiempo. Y luego debía sumar todo el tiempo que duró la entrevista haciendo una y otra vez las mismas preguntas formuladas de distintas formas hasta que conseguí ablandar el corazón del jefe y me dejo salir después de unas horas. Entonces era normal que hubiera anochecido en el tiempo que pasé allí dentro.

Empecé a andar hacia mi casa sin prisa pero sin pausa, quería estar por un momento a solas para poder asimilar el hecho de que por mi culpa mi amiga estuviera en apuros, por el ser en el que me había empezado a convertir desde que Algol se estrelló contra mí en el parque. No era justo que ella pagara por lo que yo era, no era justo que debiera sufrir por algo que yo poseía, no era justo que la utilizaran por ninguna razón existente ella únicamente era una persona normal que no sabía nada en absoluto de la verdad. La sola idea de que le hubieran podido hacer algo hacía hervir mi sangre de impotencia por no poder hacer nada más que esperar a la señal que Anónimo me había prometid…

¿Qué estaba pasando? Mi vista, la cual había mejorado notablemente como todos mis demás sentidos (ahora no necesitaba las gafas que me había obligado a utilizar mi oculista), captó algo que no encajaba en una ciudad. Por alguna parte delante de mí se alzaba una inmensa columna de humo. Eso únicamente podía significar una cosa en una ciudad como esa y el sonido de las sirenas de los bomberos que corrían hacia esa dirección le afirmó sus peores sospechas… un edificio estaba en llamas.

Cuando llegué a la altura de la catástrofe me quedé paralizada por lo que mis ojos vieron ante sí, no era cualquier casa el que se estaba abrasando por las temibles y mortíferas llamas del fuego, ¡sino mi propia casa! La casa que me había visto crecer, la casa que me acogió cuando necesite un techo sobre mí, la casa en el que tantos buenos recuerdos albergaba se había reducido prácticamente en cenizas.

Nunca olvidaré tampoco, como vi que los bomberos sacaban un cuerpo carbonizado de la casa y lo depositaban en una camilla que se apresuró en llevarlo a la ambulancia que acababa de llegar al lugar de la desgracia. Corrí hacia el camión con mis nuevas dotes, precipitándome al interior. No necesitaba echar una mirada a su cuerpo para saber que estaba muerta, el hedor de la muerte era más que perceptible para mí en el ambiente, pero no quería admitirlo, no podía admitirlo, ella no podía estar muerta, ella era lo único que me quedaba en el mundo. Intenté convencerme que tanto mi nuevo y mejorado olfato como mi super vista se equivocaban, que había una oportunidad para ella, que los médicos conseguirían salvarla. Al fin y al cabo, para algo servirían todos esos adelantos tecnológicos, ¿no?

Depositando todas mis esperanzas en aquellos especialistas vi como con sus crueles manos los reducían a cenizas como mi casa. Los miré a la cara para saber su veredicto y vi como todos los médicos allí presentes negaban con la cabeza y le tapaban la cara con una manta blanca a mi tía abuela.

El mundo se tambaleaba, sentía como lo único que me había mantenido con vida se desvanecía. El último pilar de mi vida había sido asesinado cruelmente. Como había ratificado Anónimo, su cara carbonizada se grabaría a fuego en mi mente, así como la destrucción del único hogar del que tengo algún recuerdo. Estaba más que segura que esas imágenes me acompañarían para el resto de mi nueva existencia.

Me alejé de todo ese tumulto de humanos como un alma errante, ya no me sentía parte de ellos, no sabía hacia donde iba ni me importaba, ya nada importaba. Volvía a estar sola en un mundo cruel y esta vez nadie me ayudaría a salir de este oscuro abismo. Las únicas personas que me ayudaron se habían ido de mi vida para siempre, dejando un vacio en mi interior, un vacio que solo un sentimiento podría llenarlo, un sentimiento tan intenso y tan destructor como lo era el amor al ser amado… la sed de venganza.

En ese momento toda mi vida cambió para mí ante unos ojos anegados de lágrimas de furia, todo lo que antes tenía sentido ya nunca más lo tendría y lo que entes no tendría cobraban significado para mí. Y es que me di cuenta que mi destino no era el ser amada, sino traer desgracia a cualquier lugar que iba, pues todas las personas que estaban a mi alrededor morían porque estaba maldita, por allí mis infernales poderes y mi falta de sombra. Esto era un castigo divino por no ser humana, por ser algo que no puedo evitar ser.

Pero, por más que yo fuera el más vil de los seres que habitaba en la Tierra, nadie tenía el derecho de hacerles pagar a mis seres queridos por ello, no sin pagar por sus actos. Me juré en aquel lugar que mi alma, si es que todavía lo poseía, no tendría descanso hasta matar con mis propias manos a ese asesino sin escrúpulos, me juré que no habría paz para mí hasta que mis manos estuvieran manchadas por completo de su sangre. Quería venganza y pensaba cobrármela de una forma lenta y dolorosa, muy dolorosa.

Como si estuviera de acuerdo con mi decisión mi niebla empezó a fluctuar y cambiar de forma. Sentí que una nueva fuerza, nacida a partir del odio y la furia más pura, recorría por mis venas haciendo que mi sangre hirviera como nunca antes.

Había nacido un nuevo ser aquella noche, un ser que no tenía nada que ver con la chica que conocía hasta aquel entonces, un ser más frío y tenebroso que jamás había morado por la noche.

- Tía abuela Violeta tu muerte será vengado, lo juro. No importa cuánto tiempo tarde ni que deba hacer para conseguirlo, lo conseguiré por ti, por mis padres y por Laida. Quien lo hizo lo pagará- dicho eso me perdí en la oscuridad de la noche como si fuera parte de ello.

12- Firmada por Anónimo

Lo cierto es que la revelación no me sorprendió lo más mínimo, una parte de mi mente lo había sabido desde el principio, desde que era una niña pequeña que soñaba despierta. En esos sueños, yo vivía en un lugar mágico rodeada de ninfas, gigantes, dragones y unicornios. Ese mundo no era como este, estaba lleno de vegetación, de mares impolutos, de inmensas cordilleras de montañas que no tenían fin y de alargadas torres de hechicería que no contaminaban el ambiente y que creaban las cosas más extraordinarias en su interior. Y yo tampoco era la misma chica, yo en él era la más poderosa de las hechiceras jamás conocida y todos requerían de mis servicios. Mi poder, aunque hoy en día no me acuerde muy bien de qué se trataba, era el más alucinante de todos.

Además, todo este asunto de lo sobrenatural explicaba por qué nunca había padecido ninguna enfermedad o que cuando me lesionaba me curaba más rápida que las demás niños de mi clase. Ejemplo de ello era el accidente que mato a mis padres y del que salí indemne, sin ni siquiera un rasguño, mi naturaleza extraordinaria me ayudó a sobrevivir en un accidente que, de haber sido humana, me hubiera arrebatado mi vida prematuramente. Todo ello tenía que ver con eso que era, estaba más que segura.

Por eso creo que lo que yo soñaba era la realidad y no me extrañó tanto como debería la verdad.

Al salir de la fábrica, aclarados ya una parte de mis dudas, me vendé nuevamente la mano hasta que encontrase algún otro sustituto y me dirigía por mi moto, la cual había dejado fuera del local de las prisas que tenía.

Cuando llegué parecía que todas se habían ido a casa, pues no había ni sus motos ni coches y no se oía ningún ruido proveniente del local. Debían haber ido a casa a comer algo, justo lo que tenía pensado hacer yo.

Fue una travesía de lo más raro, como el que había sido el camino hacia la fábrica, la única diferencia que había ahora era el saber que eran reales, tan reales que podrían dañarme si quisieran cuando quisieran. Aceleré para llegar antes a casa, como si allí nadie pudiese hacer daño, como si no se atreviesen a profanar mi hogar.

- ¡Ya estoy en casa!- grité para anunciar mi llegada a la tía mientras cerraba la puerta con llave tras de mí.

- ¡Estoy en la cocina!- me contestó.

Y allí la encontré, preparándome espaguetis con queso raspado y trocitos de chorizos. Se me hizo la boca agua nada más verlo. Mi tía, cuando era joven, empezó a trabajar en un restaurante Italiano. Siempre tuvo una gran habilidad para aprender y ahorrar dinero, parecía que se multiplicaba con su solo toque. En unos cuantos años se encontró dirigiendo toda una cadena de restaurantes, que, aún hoy en día, le sigue aportando grandes sumas de dinero. Es por eso, que es tan buena cocinera y que nunca nos falte dinero en casa.

- Querida, ya me enterado lo de Laida. Lo siento mucho, se cuanto la aprecias- se limpió las manos y me envolvió en un cálido y reconfortante abrazo.

- Gracias- susurré conteniendo aduras penas las lágrimas, odiaba llorar, pero la posibilidad que algo malo le pudiese pasar a mi amiga me llenaba los ojos de lágrimas.

- Todo irá bien, la encontrarán.

Sus palabras, aunque distaban mucho de convencerme, me ayudaron a retener las lágrimas en su sitio y no derramar ninguno como una niña pequeña e indefensa. Cosa que no era desde que cumplí los ocho y le zurré de lo lindo a un niño por tirarme de las coletas y llamarme pipi calzas largas. Como supondréis me castigaron sin recreos por una temporada, pero desde entonces los chicos nunca más se rieron de mis coletas.

Pasado un rato nos separamos, ella para que la comida no se le quemara, a nadie le gusta la comida ennegrecida, y yo para preparar la mesa para las dos. Saqué todo lo necesario, tenedores, platos, vasos, agua, pan… Y en un santiamén lo tenía todo listo.

Me senté en mi sitio y me dediqué a mirar como trabajaba mi tía de una forma que yo nunca lo conseguiría. Más de una vez intentó enseñarme las artes culinarias, pero fue un esfuerzo en vano, era una completa inútil en esa área. Una vez, mientras estaba preparando carne, no sé cómo exactamente, pero empezó a arder y casi quemo la casa si no fuera porque mi tía estaba atenta e intervino deprisa. Desde ese día siempre me he mantenido alejada, limitándome a preparar la mesa. Según decía mi tía, yo era como mi madre, ninguna de las dos habíamos nacido con el don de cocinar.

Esa era una de las pocas cosas que sabía de ella, pues a mi tía no le agradaba mucho hablar del pasado porque le traían dolorosos recuerdos a la mente. Y yo, que era una niña cuando los perdió, los recordaba vagamente mis únicos recuerdos sobre mis padres se convirtieron en un álbum familiar y en las cintas de video de cuando fuimos a Lanzarote cuando yo era una niña de cuatro años. No era gran cosa, pero era lo único que tenía de ellos.

Aún así, alguna que otra vez si conseguía que mi tía soltara alguna prenda sobre el tema. Recuerdo el día en el que se puso a llorar cuando le indiqué que quería ser abogada, yo no sabía el por qué de su llanto y me confundió, pues creí que la había defraudado con mi decisión. Empecé a disculparme y a ofrecerle otras alternativas. Le dije que estudiaría psicoanálisis si prefería o que incluso alguna filología, pero ella negó. Fue entonces cuando me rebeló, por vez primera, que mis padres también fueron abogados, y de los mejores además, y que yo hubiera escogido su misma carrera le había recordado su pérdida y que por ello estaba llorando, y no porque sintiera que le había defraudado.

Mi tía, puede que una vez fuera una mujer fuerte que luchó para llevar adelante su negocio, pero ahora era una mujer de edad que se rompía con facilidad. Así aprendí, que había que si quería saber algo sobre mis padres mi tía no era una buena vía para conseguirlo, a menos que quisiera matarla de un disgusto.

Pero volviendo al presente, cogí mi libro de Eternidad en las manos, el cual se encontraba en una estantería de la sala pues en mi habitación no cabía, y estando sentada en la silla miré a mi tía con mi nueva visión, aprendí que cada color expresaba como era la esencia personal de cada persona. Y luego dirán que leer no sirve para nada, ingenuos. El aura de mi tía, por ejemplo, era de color rosa claro con algún que otro tono gris en el fondo, lo cual significa que era una persona compasiva y de buen corazón aunque marcada por tristezas del pasado. El cual supuse que serían la muerte de mis padres, y antes de que preguntéis no pudo lamentar la muerte de un esposo pues nunca se casó por su trabajo y por mí.

Grabé a fuego cada significado en mi mente, me daba a mí que esto me podría ser muy útil en un futuro no muy lejano. Siempre viene bien saber con qué tipo de personas tratas cuando tu vida está en juego, ¿no creéis?

- La comida está lista, cielo- anunció mi tía trayendo consigo la cacerola- espero que tengas hambre.

- No sabes tú- todo este asunto de lo inmortal me había dado ganas de comer.

En esos momentos yo no comía, engullía, yo no bebía, tragaba, tal era el hambre que tenía.

Y así estaba yo, comiendo por todo lo ancho, cuando el familiar sonido del teléfono anunciando una llamada indeseada, ¿pues quien puede llamar a la hora de comer si no alguien que quiere fastidiar?, se hizo oír desde el salón.

No tenía ninguna intención de levantarme, si querían algo bien podrían dejar un mensaje y ya les contestaría después si eso. Al parecer, mi tía abuela debió de ver esa determinación a no responder a esa llamada tan inoportuna, que se levanto ella misma y cogió el teléfono.

Se oían murmullos desde la sala, si quisiera podría haber escuchado la conversación, pero estaba demasiado ensimismada comiendo como para oír lo que decían o con quien hablaba mi tía, pero, aunque no escuchaba, algo en mi interior me advirtió que no eran buenas noticias lo que recibiría cuando vi asomar la cabeza de mi tía de la puerta de la cocina.

- Cielo, hay un señor que quiere hablar contigo- me informó, la preocupación se había adueñado de su rostro por completo, eso no era buena señal, no señor.

- Ahora voy.

Me limpie el morro con la primera servilleta que tenía a mano y, como una exhalación, me dirigí rumbo al teléfono de la sala. Una vez llegué allí, vi como el auricular estaba descolgado, alguien esperaba hablar conmigo y no era por lo buena estudiante que era, eso seguro. Con cierta vacilación, acerque el auricular a la oreja y hablé.

- ¿Sí? ¿Quién es?

- Soy el agente Ramírez del departamento de desapariciones, ¿es usted la señorita Hope?- me preguntó una profunda voz masculina.

- Sí, soy yo, ¿pasa algo agente?

- Como sabrás, hace unos días desapareció una chica, que según hemos podido saber por algunas fuentes fiables usted se encontraba en su círculo de amistades. La desaparecida es Laida Bilbao, y usted es su amiga ¿me equivoco?

- No, señor, no se equivoca usted- la educación era lo primero-, es una de mis mejores amigas, y sí, estaba al tanto de ese suceso. Me lo contó una amiga hace no mucho.

- Entonces sabrá también, señorita Hope, que estamos interrogando a todas las personas de su círculo de confianza con la intención de conseguir alguna pista que nos pudiera llevar a ella. Y por ello, quisiera saber si usted podría personificarse hoy, a las cinco de la tarde, en la comisaria, a menos que tenga algo que hacer…- un escalofrío me recorrió por todo el cuerpo, esas últimas palabras iban dirigidas a mí con segundas intenciones, en ellas se traslucía que si renegaba la invitación sus sospechas cobrarían vida y irían a parar directamente a mi persona. Al parecer mis amigos no eran las únicas que pensaban mal.

- No, señor, no tengo ningún problema. Estaré allí a la hora acordada, se lo aseguro.

- Bien, no quiero quitarte más de tu tiempo, allí nos veremos, señorita Hope- y colgó dejándome con el auricular en la oreja, no me había dado tiempo ni de saludarlo formalmente, será maleducado.

Colgué el teléfono y me dirigí a la cocina, pero ya no tenía hambre. El pensar que Laida podría estar en apuros o m… no ni pensar, ella se encontraba bien, debía estar bien. Y no ayudaba precisamente, que no solo algunos amigos tuyos sino que la mismísima ley, los policías, creyeran que yo había tenido algo que ver en su desaparición. Puede que no lo dijeran en palabras, pero allí estaba la sospecha, envolviéndonos como un manto.

Unos brazos me abrazaron con la intención de borrar de mi cara toda la tristeza que la llamada había traído a mí. Me acurruqué en ella, enterrando mi cara en su hombro, como cuando era pequeña y quería olvidarme del mundo entero. Esos abrazos eran mágicos, siempre surtían efecto.

- Creen que yo lo hice pero no es así, tía Violeta- alcé la cabeza para mirarle fijamente a los ojos- lo sabes, ¿verdad?

- Claro, querida, tú nunca has sido capaz de dañar ni a una mosca y mucho menos a una amiga como ella. Yo confío en ti- su sonrisa de doscientos voltios me llenó de ternura y tranquilidad, la tranquilidad de saber que aunque nadie me creyese había alguien que creía en mí con todo corazón.

Por una vez en muchos años no me pregunté cómo habría sido la vida con mis padres, sentí que ya tenía todo lo necesario junto con mi tía.

- Cariño, ha llegado una carta a tu nombre, está en tu habitación- me anunció cuando vio que mi humor había mejorado notablemente-. Y antes de que me preguntes, no sé ni de que es ni que dice, leer la correspondencia ajena está muy mal, ¿no crees?- me preguntó con una traviesa sonrisa.

- De eso hace muchos años, yo no era más que una niña curiosa, y aprendí la lección con creces- todavía recordaba el castigo que mi tía me impuso por coger y leer la correspondencia de todo el vecindario.

Fui a mi habitación después de saludar a mi tía, quien iba a echarse su sueñecito diario de un par de horas para recargar las pilas en el sofá del salón, y cerré la puerta tras de mí. Una vez dentro encontré la carta de la que hablaba mi tía encima de mi mesa de estudios, para ser más específicas encima del libro titulado Dos velas para el diablo. Lo cogí entre mis manos y mientras abría el sobre para ver lo que contenía, me senté en la cama para leerlo cómodamente. De él saqué un papel de color rojo meticulosamente doblado y cuando lo desplegué la carta las palabras que se leían allí de negro me dejaron de piedra.


Querida Diana Hope:

Tenemos algo que tú aprecias mucho. Algo que has perdido recientemente. Si, en efectivo, tú amiga está en nuestra posesión.


No intentes nada, no hables con nadie, y no pienses en enseñarle esta carta a nadie, sino dale por muerta a tú querida amiguita. Si haces cualquier cosa, lo sabremos.


Ten en cuenta que no eres la única persona extraordinaria de por aquí.


Y si todavía crees que me estoy echando un farol, que no soy capaz para hacer lo que he dicho, mira lo que voy a decirte, voy a darte una muestra de mi veracidad y peligrosidad que se te va a quedar grabado a fuego para siempre.



Anónimo

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Yo antes era como tú, una muchacha inocente. Pero eso pertenece a mi pasado, ya no soy aquella humana que no veía la realidad con su reducida visión mortal. Este es ahora mi presente, un presente en el que se aprecia un horizonte lleno de sombras y tinieblas, un presente sin futuro, o por lo menos, no uno que yo siempre quise poseer.

No sabéis de lo que os hablo, ¿verdad? Permitidme contaros mi historia mientras haya alguien que lo pueda contar, pues, si esto sigue así, puede que nadie conozca la verdadera cara del mundo, una cara que me encontró de la peor manera posible, pues dudo que todo ello fuera por pura casualidad.

Hace mucho tiempo dejé de creer en el azar. Todo pasa por algo, siempre hay alguien moviendo los hilos de nuestro sino para que los acontecimientos sucedan a su placer.

Y yo, que no tenía ni idea de por dónde iban los tiros, me encontré en medio de esos planes, en medio de aquel tenebroso juego. ¿Mi misión? Encontrar el por qué de esto.

Esta es mi historia… ¿os atrevéis a leerla?


Descargar cap 1-11

11- Lo quiero saber

- No me digas que ya estás despierta- murmuró Martini mientras si tiraba la manta sobre la cabeza en un intento de reconciliar el sueño.- ¿Qué hora es?

- Lo siento- me disculpé por levantarla- Y son las diez y media. Yo me desperté a eso de las ocho de la mañana, ya sabes lo que dicen “al que madruga Dios le ayuda”.

- Y también “No por madrugar, amanece más temprano”. Además- replicó, su voz llegaba un poco ahogada bajo las mantas-, tú no crees en Dios.

- Cierto- coincidí-, pero sí que creo que un poco de limpieza no nos haría ningún mal. Por eso estoy limpiando esto antes de que mute y nos coma a nosotras.

- Friki- está vez no fue Martini quien me respondió sino Ruth- Eso le toca hacer a la vaga de Laura- me recordó y extendiendo las manos siguió.- Pásame ese trapo húmedo que tienes en la mano.

Le di lo que me pidió creyendo que me iba a echar una mano con esto de la limpieza, no que se lo iba a tirar a la cara a Laura con todas sus fuerzas haciendo que nuestra bella durmiente se levantará precipitadamente. De sus labios salieron todo tipo de improperios nada más levantarse, creo recordar que se acordó de todos nuestros antepasados y que juró que nos haría picadillos para comernos para desayunar. Es decir, se despertó como siempre, de un humor de perros.

Entre las cuatro amigas limpiamos el local en un tiempo record, evitando así que Laura debiera pagar la multa. Creo que nunca había visto ese lugar tan limpio como se nos quedó, habíamos realizado un trabajo envidiable. Lo único que nos impedía sentirnos plenamente satisfechas era el conocimiento de que para la tarde esto volvería a ser lo que era antes. Que se le iba a hacer, esa era la consecuencia de tener chicos en el local, su higiene era pésima. Pero aún así su dinero nos era necesario para hacerle frente al alquiler que debíamos de pagar todos los meses sin demora. Si no a la calle.

Y allí estábamos charlando de nuestros planes tranquilamente, creía que todo iba bien, que no se habían enterado sobre mi mano vendada hasta que Laura se percató de ello cuando le pasé la cachimba para ponerlo en su sitio.

- ¿Qué demonios te has hecho en la mano?- al instante había conseguido la atención de las tres, mierda.

- Me corté- fue lo primero que se me ocurrió-. Con el cuchillo. Antes, cuando aún estabais dormidas. Fue un accidente. Ya sabéis lo patosa que soy.

- Ah, ese sería el ruido que me despertó antes entonces- lo cierto era que el ruido que la despertó fue porque se me cayó el detergente al suelo, pero no la contrarié, gracias a Martini tenía a alguien que supuestamente estuvo presente en el momento. Bien por ella y sus conclusiones precipitadas.

Estaba segura que con ello todo estaría arreglado, pero observé que Laura no me quitaba los ojos de encima. Me volví hacia ella para sujetarle la mirada para saber lo que querían decirme tanto sus ojos como su ceño fruncido.

No aguantó mucho antes de decirme lo que le pasaba por la mente.

- ¿No estarías intentando algo raro verdad?- ahora sabía lo que era, estaba preocupada por mí, lo vi traslucir en sus palabras. Le atemorizaba pensar que me había herido a mí misma queriendo por alguna razón inexplicable. Que mona.

- No soy como tú- le contesté con una traviesa sonrisa para disiparle las dudas y picarla un poco- Yo no soy masoquista, ni me corto ni me “quemo” a mí misma- dije dándole especial interés a la palabra quemar.

- ¡Eh!- me dio un pequeño golpe en el hombro- Eso fue una vez y porque estaba como una cuba.

La seguimos burlando durante un poco más, no sabéis lo bien que se pasaba haciendo eso, las risas que nos echábamos. Y es que ella es como una niña pequeña en ese aspecto, se pica con mucha facilidad, y siempre termina por hacer pucheros o, y esto último pasaba la mayoría de las veces, pegándonos e insultándonos. Y luego se quejaba porque la llamamos sin razón violenta.

- Me voy- les anuncié después de un rato-. Tengo que irme a casa con mi tía, que si no me mata. Nos vemos.

Era cierto que me iría a casa, no mentía, aunque tampoco decía toda la verdad, ya que tenía intención de dar un paseo para aclarar las ideas. Lo que me sucedía tenía dos explicaciones, que o bien se me estaba fastidiando la vista pues veía cosas raras desde que me desperté o bien el cambio de que hablaba ese tío había concluido. Y, aunque me duela admitirlo, la segunda teoría iba cobrando fuerzas poco a poco viendo lo visto.

Cuando me desperté a la mañana observé que, misteriosamente, mi sombra se había fugado de su sitio como el de Peter Pan, aunque a diferencia del de él, este había dejado una extraña niebla oscura rodeando mis pies como si de una gata mimosa se tratara. Intenté cogerlo, tocarlo, averiguar qué era y qué hacía allí, pero me fue imposible, puesto que mi mano lo traspasaba de lado en lado siempre que lo intentaba. Y cuando vi que mis amigas se despertaron estaba segura de que repararían en ello y que dirían algo así como: ¿Qué demonios eres? O, el clásico, ¡Eres un monstruo aléjate de mí! O eso es lo que yo hubiera dicho e su lugar, pero no, no dijeron nada al respecto. Era como si no pudieran verlo, era como si para ellas mi sombra siguiese en su lugar y no suplantada por la niebla, era como si algo les impidiera ver la verdad.

Y eso no era todo. Para redondear aún más ese día, no es solo que sintiera sus emociones como los míos propios, si no que veía una especie de aura, a falta de término mejor, que las envolvían por completo como si de una manta protectora se tratase. El de Ruth era de color amarillo, azul el de Martini y de color rojo pasión de Laura. Pensaba releer el libro de Eternidad para saber lo que cada uno quería decir nada más llegar a casa.

Pero el verdadero choque fue cuando puse una pierna en la calle y pude observar el pueblo en el que nací y crecí, el pueblo que creía conocer como la palma de mi mano. Debía plantearme seriamente eso de volver mirar mi palma cuando tuviese tiempo, pues todo había cambiado de la noche a la mañana, nada era lo que fue tal como ratificó el desconocido.

La gente andaba, charlaba o simplemente estaba sin percatarse del mundo que los rodeaba y que yo ahora atinaba a ver por primera vez. Lo que una vez tomé por material de ficción se veía tan real ante mis ojos a día de hoy. Los libros se quedaban cortos a la hora de describir el mundo. Y es que veía espectros errando sin rumbo fijo por la calle traspasando a través de la gente y creándoles escalofríos o anclados a alguna persona de su vida pasada pues tendrían alguna cuenta pendiente que saldar. Pequeñas y brillantes pixies revoloteaban alrededor de una pequeña niña que lloraba para subirle el ánimo. Llegué a ver como un pequeño trasgo le robaba las llaves a un chaval un tanto despistado y tirarlo al suelo entre risitas. Y miles de seres de ese estilo correteaban entre nosotros sin percatarnos.

¿Estaría volviéndome loca para ver estos seres fantásticos? Necesitaba saberlo, necesitaba saber la verdad con desesperación a favor de mi salud mental. Si esto seguía así me enloquecería a menos que ya estuviese, cosa que no lo descartaba aún. ¿Pero a quien le podría preguntar sobre la verd…? Mientras me hacía esa pregunta supe el nombre de la única persona que podría echar luz a mi vida.

No perdí tiempo pensando en si era o no lógico ir a donde él, no tenía otra opción.

Corrí como alma llevaba por el diablo hacía a la fábrica abandonada que se encontraba en las afueras del pueblo. En ningún momento se me pasó que mi velocidad era superior que la última vez que corrí, era casi antinatural y todo. Pero por extraño que parezca ninguna persona se dio cuenta de ello, lo cierto era que no se dieron cuenta ni de mi presencia, era como si fuera invisible. Puede que no fuera visible para las personas normales, pero sí que lo era para esos seres mitológicos, quienes no me quitaban ojo de encima. Los oía susurrar entre sí.

- Debe ser ella- dijo un hada pensativa.

- Es tal y como me la imaginaba- le contestó un elfo con un brillo de pasión en los ojos.

¿De qué demonios hablaban? ¿Estaban refiriéndose a mí? Y de ser así, ¿de qué me conocían? Aparte esos pensamientos rápidamente, ya tendría tiempo para analizarlos al llegar a él.

Llegué a mi meta en un tiempo record, lo que antes me habría costado un cuarto de hora lo recorrí en apenas cinco minutos. Abrí la puerta de un portazo creando un eco que recorrió todo el edificio, si aún no sabía sobre mi llegada, acababa de descubrirle. Al instante de cerrar la puerta con tanta fuerza como antes y darme la vuelta para seguir caminando me choqué con alguien.

- ¿Tenías que hacer eso?- dijo con fastidio- Estaba meditando tranquilamente cuando entraste de esa form…

- Cállate- le ordené-. Quiero respuestas.

- Así que ahora te arrastras en rodillas a mis pies suplicando entre sollozos que te cuente la verdad por la bondad de mi inexistente corazón, ¿no es así?- se le dibujó una sonrisa socarrona en los labios, que gustosamente le abría borrado de un guantazo, que asco me daba cuando se ponía en ese plan- Lo sabía- se rió.

- Me lo contarás o qué- espeté cruzándome de brazos.

Me dirigió una mirada de arriba abajo, como midiendo con cuanta intensidad necesidad necesitaba las respuestas que le pedía. Abrió los ojos asombrado, borrándosele la dichosa sonrisita de la cara de un plumazo. No sé por qué fue, pero todo aquel que le bajase los humos era bienvenido.

Sin pedirme ningún tipo de permiso cogió mi mano derecha con las suyas y desgarró de improviso mi improvisada venda, dejando al descubierto mi nuevo tatuaje. Intenté desprenderme de su agarré, pero no pude.

- Interesante- dijo pensativamente mientras con el pulgar repasaba el tatuaje, olvidado ya su comportamiento desagradable me miró a los ojos-. Por lo que veo, has sido marca recientemente para acelerar el cambio, que ya se estaba produciendo en ti cuando te vi, y al mismo tiempo para protegerte de los que albergan malas intenciones hacia tu persona. Y según parece, esa persona está en mi mismo bando o mejor dicho el de mi superior, pues no se ha opuesto a mí cuando te he cogido de la mano. ¿La cuestión ahora es saber quién ha creado este conjuro? ¿Quién más podría querer viva a alguien como tú? Es decir, ¿a quién le puede importar un ser que ni siquiera sabe invocar un simple círculo con el poder de su mente?

- Gracias, yo también te aprecio mucho- aunque mis palabras eran más cortantes que una espada me ignoró como si no estuviera allí ante él con cara de pocos amigos.

- Me pregunto si ella podría ayudarme a averiguarlo con alguno de sus trucos. Al fin y al cabo me lo debe…

Este monólogo me estaba aburriendo, era como si se hubiera olvidado de mi presencia, estaba ensimismado en sus conjeturas que ni se molestaba en explicarme. Por lo tanto, como no me prestaba ni la mínima atención, sino que estaba reflexionando solo, desconecté completamente. Me mantuve en silencio, esperaba que en algún momento de su charla se percatara que me encontraba aquí y me explicara algo de todo esto. Entre tanto empecé a sacar mis propias conclusiones, pero no sobre el tatuaje, sino sobre Oscuros, no podía entender como la protagonista podía sentirse atraída por alguien tan borde como él, siempre la trataba tan mal y aún así…

Me di cuenta que me estaba taladrando con la mirada.

- ¿Qué decías?

Suspiró mientras negaba con la cabeza con cansancio.

- Te decía, muchacha insolente, que no hagas muchos planes para mañana, tenemos que ver a alguien para ver ese tatuaje tuyo- me contestó.- Mañana a las seis de la tarde estate en frente de tu casa, iré a buscarte para llevarte a nuestra meta. Y no pienses en darme plantón o lo lamentaras.

- Todo eso está realmente bien, de veras, pero ¿puedes explicarme lo que está sucediendo aquí? No entiendo nada. No estaré volviéndome loca, ¿verdad?

- ¿Loca? ¿por qué los humanos siempre piensan que están locos cuando ven algo que no pueden explicar? Es una de las cosas que realmente odio de los humanos o los recién iniciados. Escúchame bien, niña tonta, y ni se te ocurra interrumpirme- me advirtió-. No estoy seguro como, pues no se con exactitud qué tipo de ser eres, pero hace un par de noches debió de pasarte algo extraño que cambió tu vida por completo y desde ese día no han parado de pasarte cosas inexplicables, ¿no es así? Si me equivoco dímelo- en ese momento la imagen de la estrella cayendo hacia mí me vino a la cabeza.- Veo que sabes de lo que te hablo, al parecer no eres tan estúpida como pensaba al principio- iba a contestarle con alguna respuesta inteligente pero me contuve-. Pues bien, ese suceso te arrebató toda la humanidad que había en tu interior, no pongas esa cara no es tan malo, y te convirtió en algún tipo de inmortal que invoca extrañas bestias incorpóreas , que no posee sombra alguna y puede que algún otro poder que no tardará en salir a la luz. Para tú desgracia, y no me preguntes por qué razón, pues no sé, tienes muchos y muy poderosos enemigos. Aunque, por lo que veo, también muy influentes aliados como para pedirme velar por tu seguridad.

Me quedé pensativa, esta explicación, aún siendo muy peculiar, podía explicar muchas cosas que me habían pasado durante esos últimos días. Por raro que os parezca me lo creí, al fin y al cabo, las pruebas estaban de su parte y quería demasiado a mi vida como para rechazar una ayuda por no creer lo que me decía. Si lo que me contaba era cierto, mi vida corría peligro y sin su ayuda las probabilidades de salir con vida de este embrollo eran escasas, por no decir nulas. Así que, lo único que tenía era confiar en él, cosa que se me hacía difícil por su carácter osco.

Lo único que necesitaba saber antes que nada era…

- ¿Eres Arioch, el demonio vengador que aparece en el Grimorium Verum? –le pregunté.

- Parece ser que la muchachita sabe leer- sonrió mostrando todos sus dientes. Hizo una burlona reverencia mientras proseguía- Si, soy Arioch, el león feroz, el demonio de la venganza, caballero de espadas, antaño uno de los tres dioses del Caos y, al parecer, ahora el escudo que te protegerá.

10- Tatuajes y pasado, ¿hay algo más oscuro?

Después de que ese malnacido, aunque sea una de las personas más guapos que conozco, que se hacía pasar por un amigo y protector mío me hiciese algo extraño y sin explicaciones, o no uno lógico que yo aceptara, pues no estaba dispuesta a pensar que era obra de la magia, me dejara tirada en el suelo sin ni siquiera ofrecerme una mano amiga para ayudarme a levantarme, teniendo en cuenta que fue él el causante de todo. Podría haber tenía un poco de misericordia y ayudarme en mi momento de apuro, pero no, se largó sin mediar ni una palabra más hasta desaparecer ante mis ojos por uno de los callejones de allí.

Y os preguntareis como me encontraba después de sufrir el peor calvario de toda mi corta vida. Dejadme antes especificar mediante ejemplos y preguntas lo que siento. ¿Os habéis quemado alguna vez con el fuego mientras hacíais tonterías con las cerillas o el mechero? ¿Te has quemado mientras planchabas o cocinabas algo? Duele un infierno, a que sí. Pues imaginad ahora ese mismo dolor que sentisteis aquel día, ese escozor, que te deja como recordatorio de su peligrosidad, pero multiplicado por mil y por todo tu cuerpo, en especial en tú mano derecha. Ese era el calvario que sentía, ¿duele verdad?

En resumidas cuentas, me encontraba, como supondréis, hecha una piltrafa humana, apenas capaz de sostener su cabeza entre sus hombros y mucho menos de sostener todo su cuerpo con mis endebles piernas.

No sé cuánto tiempo transcurrió antes de que el dolor empezara a menguar poco a poco. Fue un alivio poder erguirme de nuevo de aquella humillante postura, no sin cierto dolor al principio. Uno aprende apreciar pequeñas cosas después de un episodio como el que me acababa de ocurrir. Así que, no os extrañéis si empecé a dar saltitos de alegría cuando me di cuenta que podía moverme nuevamente. Lagrimas de felicidad salían de mis ojos a borbotones de mis ahora húmedos ojos verdes. Una risilla un tanto histérica brotó a causa de la emoción de no haber perecido en ese dolor.

Y hablando de dolor… aunque todas las otras partes de mi cuerpo me habían dejado de doler considerablemente, mi mano derecha no había dejado de guerrear en mi contra, seguía doliéndome en el dorso de la mano, donde antes el desconocido había posado sus delicadas, suaves y dolorosos labios. Alcé la mano para ver con mis propios ojos qué era lo que me había hecho que me doliera tanto y me quedé petrificada por el asombro, la sorpresa y la confusión. Y no era para menos, ¡mi dorso había sido marcado por un tatuaje! ¡¿En qué momento había tenido tiempo para hacerme un tatuaje?! Que yo supiera no me había desmayado ni una vez en lo que duró esa horrible tortura y él no había desplegado sus labios de mi dorso en ningún momento. Podría ser que… no, la magia no existe, todos lo sabemos. La ciencia lo había demostrado con creces que no era más que material para una novela de ficción, pero aún así…

Rechacé tales funestos pensamientos en el mismo oscuro, solitario y alejado rincón de mi mente, junto con mis otros sucesos extraños de esos días y mi oscuro episodio en mi antigua cuadrilla. Antes, cuando ni siquiera conocía a Laura y las otras chicas y chicos, tenía otras amigas, si así es que se les puede llamar, con las que pasaba el rato. Al principio todo fue de perlas, nos llevábamos bien, yo no me metía en líos y procuraba no contradecir a nadie. Es decir, era una persona neutral, y como tal pensaba que en esa posición nada malo podía ocurrírseme. Cuan equivocada estaba.

Un día como otro cualquiera salí con las amigas, con la única diferencia de que en esta ocasión, a diferencia de los anteriores días, todos evitaban hablarme. Siempre que iba a donde ellas se encontraban charlando tranquilamente cortaban de cuajo lo que estaban diciendo en el momento y evitaban mirarme, como si no existiera, o peor aún, como si fuera una leprosa. Fue una época mala, me sentía muy sola, no tenía en quien confiar, pues mis antiguos confidentes de pronto se habían vuelto contra a mí y cada vez encontraba más veneno que consuelo en sus palabras.

Pronto empezaron los motes, los insultos y hasta algún que otro poema ofensivo que se me quedaron grabados a fuego en mi memoria. Espero que no os importe que lo recite para vosotros, pues necesito desahogarme con alguien. Así decía: La sombra que viene/ la sombra que va/ la sombra que nunca te abandona/ aunque más quieras/ ¿Quién será?/ empieza por D y termina por A.

No sabéis como duele aquello, o puede que alguno de vosotros sí que lo sepa, y me compadezco de él, ese dolor no le aguardo ni a mi peor enemigo. El dolor del alma es más profundo y más difícil de cicatrizar que el físico. Fue en esa época que empecé a vestir de negro, como muestra tangible de mi dolor y mi sufrimiento, y fue cuando por primera vez que me llamé Black Cat, pues a mi paso todos se alejaban como si trajera la desgracia a cuestas. No hubo una noche que no pasaba en vela llorando sin descanso. Apenas dormía ni comía, hasta el punto que mi tía se asustó y todo, y aunque quiso sonsacarme lo que me sucedía nunca consiguió, pues prefería llevar mi desgracia en solitario. Poco a poco dejé de hablar en clase, dejé de salir de casa, y me encerré en mi habitación rodeado de mis libros, quienes me trasladaban a un mundo mejor donde el dolor nunca llagaba.

No sé exactamente cuánto tiempo duró este suplicio, querido lector, antes de que aunara fuerzas para enfrentarme a la cabecilla del grupo, Rose, cuando no se encontraba rodeada de su sequito de ovejas y preguntarle el por qué de su odio hacia a mí. Se encogió de hombros, nunca olvidaré su indiferencia hacia mi situación, cuando le formulé mi pregunta “Me dabas la lata” me contestó como si tal cosa. Me quedé confundida, ese no era un argumento válido para hacerme pasar por eso, era más bien un argumento que un niño de preescolar utilizaría para justificar sus fechorías ante su madre. Así que, aprovechando las fuerzas recolectadas, le expliqué mi situación a su segundo en mando, Leire, quien ya estaba cuestionando el mandato de Rose. Gracias a ella las cosas empezaron a cambiar para mí, las “amigas” volvían a dirigirme la palabra, y Rose se encontraba en la misma situación en la que me había encontrad yo antes.

Estando así las cosas intenté que todo volviera a como había estado antes, pero me era imposible, las cosas no podían cambiarse, pues los sucesos me habían cambiado. Ya no era aquella inocente y dócil muchacha que se dejaba pisar por todos, ya no era aquella muchacha que tan fácilmente confiaba en desconocidos. Poco a poco fui alejándome de ellas nuevamente, ya que no podía confiar en nadie que me infringió tanto dolor. Me quedé sola nuevamente.

Por fortuna, un buen día me encontré con estas alegres personas, que hoy en día tengo el honor de llamarlos amigos, que me abrieron sus brazos sin pedir nada a cambio más que mi compañía. Y yo, que casi había olvidado lo que era sonreír, me encontré de pronto riéndome a carcajadas en su feliz compañía. Nunca sabré como agradecerles lo que hicieron por mí aquel entonces, fueron mejor que los miles de psicólogos que mi tía me obligó a visitar a causa de ese trauma. Ellos se habían convertido mis nuevos confidentes, en mis nuevos amigos, en mi salvavidas en medio de ese mar tempestuoso. Puede que sea por eso por lo que los aprecio tanto.


Me di un cachete mental, aquel no era hora de indagar en un pasado ya de por si doloroso. El pasado, pasado está. Concéntrate en el problema que tenemos entre manos, me dije, debía hacer algo con ese tatuaje que misteriosamente había aparecido en mi mano. Ya podía ver el escándalo de mi tía, o el asombro de mis amigas al vérmelo, ya que siempre he dicho que jamás me haría un maldito pirsin y mucho menos una tatuaje, pues yo no era masoquista como para infringirme aquel dolor voluntariamente. Y aunque no lo había hecho por voluntad propia, cosa que ellos no creerían, seguía siendo un tatuaje muy vistoso que debía tapar de inmediato.
Todavía no os he dicho que tatuaje era el que se me había aparecido, ¿verdad? Mejor que describirlo será mostraros la imagen a mi parecer y que saquéis vosotros mismos vuestras conclusiones. Pues como algún sabio, más vale una imagen que mil palabras. Así que, sin más demora por mi parte, aquí lo tenéis ante vuestros ojos:


Si, no os confundís, es un maldito pentagrama lo que yo tenía dibujado en el dorso de mi preciosa mano. Maldita sea ese desgraciado gusano, ya de por sí me costaba convencer a la gente que no era una gótica, emo, scen o lo que sea por vestir de negro, y ahora se me aparece esta marca. Mierda. Ahora sí que me sería imposible hacerme oir y todo por su culpa.

Me juré a mí misma, que, como ratificó él, si volvía a ver a ese tipejo nuevamente le diría un par de cosas junto con un par de sopetones en toda la cara. Así, al igual que tenía un recordatorio suyo yo, tendría un bonito recordatorio de mi. Esto es una de las muchas cosas que aprendí con mis amigas, nada de si te pegas pongas la otra mejilla como una estúpida como dice la biblia y como hacía yo antes, si te daban tu devuelve el golpe, pues si no te hacías respetar en un principio las personas te comen, como me pasó a mí. Le enseñaría yo a ese quien era Diana Hope.


Cogí las llaves entre mis manos, quienes se habían caído al suelo en algún momento de aquel extraño noche, y abrí la puerta después de unos cuantos intentos fallidos, no es fácil abrirlo con una mano dolorida. Una vez dentro, silenciosamente para no despertar a nadie y echar el traste todo, empecé a buscar algo que me sirviese para tapar temporalmente el tatuaje de los ojos ajenos.

Como bien dije al principio, no es que fuera la lonja más limpia de todo el mundo. No era raro que fuera así cuando le tocaba limpiar el local al grupo de Laura, siempre les entraban la pereza y en raras ocasiones terminaban limpiando. Así que el bote siempre estaba lleno por la multa de tres euros que siempre terminaban pagando cuando les tocaba limpiar. Y como no, siempre terminaban los mismos de siempre limpiando la suciedad que les correspondía y el de los otros.

Después de haber buscado por todas partes y descartar un puñado de cosas o bien por asco o bien por miedo a que me pegara algo, conseguí lo que encontraba, una venda limpia con el que envolver la mano. Procuré que no se viera nada del dibujo y que pareciera, gracias a un bote de quechup, que me había hecho un corte en la mano sin querer. Algo debía decirle a la gente si me llegasen a ver así, pues la verdad era demasiado descabellada como para que ni siquiera yo, que lo había vivido, me lo creyera.

Me tumbé en el sofá cansada y por extraño que fuera para mí, los parpados empezaron a pesarme cada vez más y más hasta que llegó un momento en que no fui capaz de abrirlos nuevamente. No sabéis lo a gusto que acogí la llagada de un sueño reparador, donde ni el dolor ni lo extraño podía llegar a alcanzarme… ¿o sí?

9- La voz en la noche

Diana…

Alguien me llamaba.

Me caí del sofá con estrépito a causa del susto despertándome de sopetón en medio de la noche, exactamente… las tres de la noche. Nunca había gozado de un buen despertar que digamos, y para dar pie a esa afirmación no había más que ver mi cara adormilada y mi andar tambaleante, el haber despertado tan drásticamente no ayudaba para nada.

Maldita sea, ahora no conseguiría volver a reconciliar el sueño en lo que quedaba de noche, pues una vez despierta no puedo volver a las placidas manos del sueño, soy incapaz de volver a dormirme.

Miré a mi alrededor para situarme un poco, pues siempre me despertaba un tanto desorientada. Allí estaban las otras, dormidas a pierna tendida en sus respectivos sofás hablando en sueños, roncando como el mismísimo oso Yoghi o cayéndoseles la baba como nunca había visto. Como me gustaría a mí volver a estar así y no despierta a deshoras.

Entonces me acordé de la voz que me despertó en medio de la noche y recorrí con la mirada los de rededores, sin encontrar más que la típica suciedad que envolvía el local y los bultos que formaban mis compañeras bajo las delgadas mantitas. Nada que pudiese haberme llamado.

Diana…

Di un respingo al volver a oír a aquella desconocida voz formulando mi nombre en la oscuridad. Empecé a asustarme seriamente. No soy de esas que se asustan fácilmente, no hay más que decir que las pelis de terror me dan gracia, pero esto era diferente, esto era real. Y en la vida real el peligro puede ser mortal.

- ¿Quién anda allí?- susurré en consideración de mis compañeras, no quería despertarlas.

Por un momento no hubo ninguna respuesta por parte de la misteriosa voz y empecé a hacerme preguntas, a cuestionarme a mí misma, hasta el punto de creer que era muy posible que me lo hubiera imaginado todo. Siempre he tenido un mal despertar, y empezaba a achacárselo a ello, cuando volví a oírlo alto y claro.

Ve fuera…

Miré nuevamente hacia mí alrededor rápidamente. Nada. No había nadie allí, pero aún así oía una la voz, una la voz que me pedía que fuera a la calle. ¿Debía ir? ¿Debía hacerle caso a la voz de un desconocido? ¿Podría ser una emboscada como lo fue lo del callejón? Pues ya no me creía que todo eso fuera pura casualidad. Aunque me reusara a pensar el por qué de todo aquello. Además, viendo mis recientes experiencias, era de suponer que nada más salir me encontraran de nuevo esos atacantes y me volvieran a zurrar.

Eso es lo que siempre pasa en las películas ¿no? Una chica indefensa oye un ruido en la calle, sale para ver qué es y, pum, está muerta nada más salir de la puerta. ¿No dicen que la curiosidad mató al gato? Yo pensaba preservar mi vida, aunque tuviera curiosidad de saber lo que estaba sucediendo estos días a mi alrededor. Y, por ello, mi mente racional me dictaba que me quedase donde estaba, a salvo de todo mal entre las cuatro paredes.

Pero extrañamente, sin yo quererlo ni desearlo, me encontré dirigiéndome hacia mi bolso y sacando las llaves que abrirían la puerta que me dirigirían a la voz. ¡Pero qué estaba haciendo! Intenté volver a sentarme, pero mis piernas no me respondían, era como si tuvieran iniciativa propia. Por más que lo intentara mi cuerpo no respondía a mis órdenes, era como si alguien me moviera como si de una marioneta se tratara. Para, esto estaba yéndome de las manos, debía haber una explicación lógica en todo esto. La psicología, eso es, puede que mi inconsciente quisiera mostrarme algo y que por ello había cogido el control de casi todas mis funciones. Eso era, nadie me estaba moviendo como por arte de magia, la psicología tenía una respuesta muy lógica a este fenómeno, ¿?

Puede que no fuera muy inteligente por mi parte salir, en mi defensa dejadme deciros que no tuve otra opción, pero aún así seguía poseyendo el suficiente sentido común como para meter en mi bolsillo derecho la navaja y en la izquierda es espray anti violadores antes de salir a la calle al encuentro de lo que fuera que el destino me deparaba.

La luna se encontraba brillando con todo su esplendor en su eterno trono, en lo alto del firmamento, rodeada con su oscura capa llena de esas hermosas perlas llamadas estrellas. Me di una guantazo mental, ese no era momento de maravillarse con la noche por muy bonito que fuera, debía recordar el motivo por el que me encontraba aquí, la voz.

- Aquí estoy, ¿quién eres?- pregunté a la oscuridad que me envolvía, pues por más que la luna estuviera llena seguía reinando la oscuridad.

- Digamos que soy un amigo tuyo- respondió la misma misteriosa voz que había oído antes entre las sombras.

- Pues si tan amigo eres, ¿por qué tanto miedo a mostrarte?- empecé a maniobrar para sacar mi navaja.- ¿tienes miedo de mí?

Una profunda carcajada se oyó desde mi izquierda. Juraría que momentos antes se encontraba en la otra dirección quien quiera que fuera mi interlocutor, nadie es capaz de correr tan rápido y menos sin hacer el menor ruido que me alertara de ello. En la oscuridad debí haber confundido la ubicación solo eso, no había nada raro en el asunto, todo tenía una explicación.

- No es miedo lo que me mueve, aunque si un sentimiento igual de poderoso- dijo cuando se hubo tranquilizado lo suficiente para hablar con voz moderada, dando un paso adelante para que la luz de la luna me mostrase su presencia.

No esperaba que fuera tan joven. Calculé que a lo sumo tendría veinte años, dos años más que yo, y su rostro era de una belleza austera e impresionante. El cabello, ondulado y de color rubio claro casi pajizo le caía sobre la frente. Tenía unos labios carnosos y bien definidos, y la nariz dibujaba un delicado arco, parecido al de los bustos de muchas esculturas. Pero los ojos… un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.

Esos ojos, de ningún color y al mismo de todos los colores, no eran los de una persona normal, los ojos normales no cambiaban de color. Pero había algo familiar en ellos…

Retrocedí un paso.

- No debes temerme, no albergo ninguna intención de lastimarte, nada más lejos de la realidad - alzó las manos para mostrarme que no tenía nada en ellas, con la intención de tranquilizarme-. No lo tuve antes ni lo tengo ahora- la sinceridad se traslucía en sus palabras, aunque intuía que se guardaba algo entre las manos.

Dio un paso adelante hacia mí con las manos en alto aún, pero volví a retroceder.

- ¿Qué quieres?- exigí.

- Lo quiero todo, quiero todo lo que una vez desee, quiero todo por lo que tanto luché, quiero todo por lo que tan injustamente me castigaron, pero por ahora me conformaré con hacer algo por ti y por mí, para los dos.

Volvió a intentar a acercarse mirándome con esos sorprendentes ojos, unos ojos que me suplicaban que le dejase acercar, unos ojos que me recordaban a…

Corté de cuajo ese hilo de pensamientos en cuanto sentí que se encontraba a escasos centímetros de mí. Intenté retroceder pero me encontré con que la pared me tenía aprisionada, no había a donde escapar y él lo sabía.

Una media sonrisa se dibujó en sus comisuras, una sonrisa que le hubiera quitado la respiración a cualquiera mujer, y yo no era un caso aparte. Además, su alarmante cercanía no hacía más que empeorar las cosas. Mi corazón empezó a bombear con una rapidez y una fuerza dolorosa, y por poco empiezo a hiperventilar si mi estimada mente racional no me hubiera recordado lo valioso que es aspirar y expirar con regularidad para no marearme en presencia de un desconocido tan apuesto.

Dios mío, el gobierno deberían aprobar una ley en la que se prohibiera ser tan guapo y acercarse de aquella manera a una chica con las hormonas tan alteradas como las tenía yo en medio de la noche.

- No te acerques- mi voz no me salió con tanta fuerza como realmente deseaba, porque lo deseaba, ¿no? apenas era un tembloroso susurro que estaba desprovisto de toda convicción.

- Dilo con más convicción y me iré- sonrió traviesamente, ya casi lo tenía encima.- A menos que lo quieras…

Os juro que intenté decirle que se fuera por donde había venido, lo intenté con todas mis fuerzas, pero siempre que habría mi boca nada salía de ella. Para cuando me di cuenta ya se encontraba a centímetros de mi persona. Acercó esos carnosos labios a mi oreja muy, pero que muy despacio, supuse para darme tiempo para hacerme a la idea y si quisiese apartarme. No lo hice.

- Hay muchos que te buscan por diversas razones, algunos para protegerte, otros para matarte por venganza u otra estúpida razón, otros para utilizarte para fines personales y hay quien para atraparte para chantajear - me susurró.

- ¿Y tú a qué grupo perteneces, si se puede saber?

- La pregunta ofende- sus labios rozaron mi lóbulo derecho haciendo que me estremeciera- ¿no crees que si mi deseo fuese matarte ya estuvieras criando malvas?- su mano me acarició la mandíbula- No, como te dije no quiero hacerte daño, quiero ayudarte.

Era cierto, sabía que no mentía, yo ahora podría estar muerta, pero en cambio me encontraba charlando con él plácidamente. Lo sabía dentro de mí, como quien sabe que el sol saldrá de este o que no había favor que no tuviera un precio, y sabía que este tenía, y uno grande además.

- ¿Qué te propones?

- El proceso de transición puede ser lento y largo, tu ya estas padeciendo algunos de los cambios- dijo pensativo mientras no dejaba de acariciarme.

- ¿De qué puñetas me hablas?- le solté brusca, no me gustaba ser el foco de tanta atención.

- ¿No has sentido últimamente que tu visión nocturna ha mejorado? ¿Qué eres capaz de percibir cosas de tu alrededor que los otro no pueden? ¿No has hecho alguna cosa fuera de lo común? ¿Nos has visto algo que escapaba de toda comprensión?- me quedé pasmada, eso era exactamente lo que me había estado ocurriendo, pero era a causa de la jaqueca y porros de eso estaba segura- No, no ha sido por culpa de los porros ni el alcohol ni la jaqueca- era como si me leyera la mente-. Yo solo quiero ayudarte en el cambio, acelerarlo, así, si sucediera cualquier cosa, estarías preparada para defenderte.

Dio un paso atrás mientras cogía mi mano derecha e hincaba una de sus rodillas, en una pose muy típica en la antigüedad. Me miró fijamente a los ojos antes de inclinar su cabeza para darme un beso en el dorso de la mano a la antigua usanza sin apartar en ningún momento sus ojos de mí.

Entonces lo sentí, mi mano ardía con si lo hubiese metido en lava ardiente y se estuviese quemando poco a poco. Esa sensación se trasladó a todo mi cuerpo en cuestión de segundos. Pronto mis piernas no tuvieron ni fuerzas para sostenerme en pie ni un minuto más y me desplomé, cuan larga era, en el suelo entre convulsiones.

Soltó mi temblorosa mano, yendo con él todo el calvario, y levantándose se inclinó para decirme unas últimas palabras.

- Siento esto que me he obligado a hacer, créeme era lo mejor. Mañana al despertarte todo será distinto, el cambio habrá concluido.

- Hijo… de… pu…- no era capaz ni de crear una frase coherente entre tanto castañeo de dientes, convulsiones y de más.

- Lo sé- dio media vuelta y empezó a irse- Pronto nos volveremos a ver.

Esas fueron sus últimas palabras antes de desaparecer dejándome tendida en el suelo preguntándome qué era lo que me había hecho y qué era aquello lo que iba a cambiar a día de mañana.

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