BienVenidos

16- Manos a la obra

Las siguientes semanas los pasé en una rutina del que apenas conseguía escabullirme ni utilizando todo mi empeño para ello. Podía contar con los dedos de una mano las veces que pude salir de ella y aún así me sobraría más de un dedo, pues únicamente me habían permitido salir para solucionar unos cuantos problemas como la cuestión de la herencia, la policía haciéndome preguntas sobre el incendio provocado o la desaparición de mi amiga.


Un día, me llamó el abogado de mi tía abuela para informarme sobre su herencia, que, como única familiar de la fallecida, me había dejado todo lo que tenía, que no era poco. Me había dejado una buena fortuna, la escritura de su casa y de su empresa. En definitiva, me había solucionado la vida, con ese dinero podría arreglar la casa en la que había crecido sin suponer gran cosa en mi economía pues me había vuelto una persona que le salía el dinero por las orejas.

Pero volviendo a lo que estaba hablando, sobre mi situación actual, desde esa extraña visión que tubo Musa en su tienda, no me habían dejado ni un día libre, siempre entrenando, siempre aprendiendo, siempre encerrada tanto en la casa de Musa como en la fábrica de Arioch.

Mis días estaban divididas de esta forma, nada más salir el reluciente sol desde el este empezaban mis entrenamientos en el área de la lucha. No había día que no saliese de esos entrenamientos con todo el cuerpo dolorido, lo mió no era eso. Y no era de extrañar teniendo en cuenta quien era mi entrenador en esta área, pues no era sino el malhumorado demonio de la venganza. Un demonio que se lo pasaba en grande machacándome, dejándome claro lo mala que era en la lucha o recordándome que en el mundo real no sobreviviría ni un minuto sin su ayuda.

- Veamos- dijo observándome de arriba abajo mientras me ponía en la posición indicada- No, no, no. Las piernas han de estar un poco más separadas… y esas manos más arriba… si, así estás aceptable- me ayudó a posicionarme como era debido para poder enfrentarme a cualquier atacante que viniese a por mí.- Ahora relájate, estira las piernas hasta quedar en una posición normal e intenta volver a la posición defensiva que te he enseñado.

- ¿Aceptable? ¿Qué lo vuelva a repetir? – contesté indignada – Pero si llevo todo la mañana con esto y todavía no me has enseñado nada realmente útil para la lucha. Esto es un desperdicio de tiempo, yo quiero que me enseñes a pelear y no a hacer posturas inútiles que no sirven para nada.

- ¿Quieres aprender a luchar?- una sonrisa maliciosa se le dibujó en la cara tan pronto oyó lo que le pedía- Claro, lo que tú quieras…

Todo fue muy rápido, ni me dio tiempo para reaccionar al ataque que me lanzó. Mediante unos movimientos veloces y ágiles me tumbó en el suelo dejándome sin respiración y me inmovilizó con una única mano. No podía creer lo fácil que me había vencido, y sin apenas alterar su respiración.

- ¿Suficientemente útil para la dama?- me preguntó con una sonrisa ladeada.

- Eso ha sido trampa- le acusé mientras me debatía para escaparme de su agarre-. Quiero volver a intentarlo y esta vez no me pillaras con la guardia baja. Te voy a dar de lo lindo, asqueroso demonio. Te mostraré de lo que soy capaz.

- Así se habla. Puede que esa furia te de un poco del talento que te falta, si es que lo tienes, claro- dijo liberándome y volviendo a una posición de ataque.

Las siguientes horas los pasé recibiendo la mayor paliza de mi vida. Salí con más moratones de las que recuerdo haber tenido después de las clases de gimnasio. Salí dolorida en lugares en los que no sabía que era posible sentir dolor. Ahora me acordaba porque odiaba tanto el deporte, yo no había nacido para eso.

Estaba intentando recuperar la respiración tras haber oído por enésima vez la palabra “muerta” tras haber vencido todas mis defensas y conseguir inmovilizarme en el suelo a pesar de todos mis intentos para poder superarlo. Me encontraba jadeante, había sido un ejercicio muy duro para alguien que no estaba acostumbrada a hacer ejercicios físicos.

Y fue entonces cuando algo asombroso sucedió, algo que no hubiera creído ni posible. Y es que… Arioch me tendió la mano para ayudarme a levantar, y lo más importante, no lo hacía con aire de superioridad ni nada por el estilo. Lo que veía en sus ojos era el reflejo del trabajo bien hecho.

- Para ser tu primer día no lo has hecho nada mal- mis ojos se ampliaron como platos, eran las primeras palabras mínimamente bonitas que me había dicho desde el día en el que nos conocimos.- Mañana más- me aseguró cuando logré incorporarme gracias a su mano, el que no me soltaba.

No sabía que fuera posible abrir más los ojos, pero de alguna forma yo lo logré.

- ¿Qué?- pude acertar a decir entre jadeos, no creía ser capaz de aguantar otra sesión de estas.

No me contestó, simplemente se limitó a volver a materializarnos en el apartamento de Musa, en la que vivía mientras reparaban mi antigua casa.

Por las tarde, después de descansar un poco y haber comido más que en toda mi vida, le tocaba el turno a las prácticas de control de mi poder. Unas prácticas que no eran ni mucho menos tan fáciles como aparentaban ser en un principio.

- Cierra los ojos y deja la mente en blanco- me indicó cuando nos sentamos como indios en el suelo alfombrado de su sala.- Bien hecho, ahora busca en tu interior encuentra esa chispa que se encuentra escondido dentro de ti. ¿Lo ves?

- Esto es una estupidez- sentencié sin abrir los ojos-, no veo más que oscuridad.

- Concéntrate- me ordenó. Pasó un cuarto de hora hasta que volvió a hablarme-. Veamos, haber si esto te ayuda en algo…

Sentí como sus manos se posaban en mis mejillas con suma delicadeza. Su tacto sacó a flote recuerdos, unos recuerdos que prefería mantenerlos guardados.

Volví a revivir la muerte de mis padres con todo lujo de detalles, desde como cogimos el coche cantando canciones infantiles hasta la imagen inerte mis padres en el asiento delantero. Cuando la imagen cambió me vi a mí misma de pequeña siendo centro de todas las burlas e insultos hirientes de mis supuestas compañeras y amigas. También pasó por delante de mí el cuerpo inerte y calcinado de mi tía cuando los bomberos lo sacaban de nuestro piso… Esos y otros recuerdos dolorosos desfilaron por mi mente. Sentí la tristeza, la furia, la impotencia, la sed de sangre ante el recuerdo de esas etapas desagradables de mi vida. Todo eso se juntó para terminar explotando como nunca antes. Fue entonces cuando encontré la fuerza que habitaba en mí y lo saqué a relucir para defender mi mente del pasado. Alejé de mi mente cualquier tipo de hechizo que hubiera utilizado conmigo de un fuerte puñetazo mental.

- ¡Basta ya!- grité mientras abría los ojos y me levantaba rápidamente del suelo.- ¡No tienes derecho a jugar con mi mente de esa forma, maldita bruja!

Cerré los ojos para unirme a esa fuerza que había encontrado recientemente. Era algo escurridizo, pero una vez logrado hacerme con él, sentí como me recorría todo el cuerpo. Me volví a sentir imparable, como la última vez. Me volvía sentir furiosa, como aquella vez…

- Nadie volverá a hacerme daño nunca más. No lo permitiré.

- Tus ojos…-susurró asustada.

No me apetecía oír sus estupideces, sus súplicas o sus intentos de hacerme entrar en razón, pues yo era la que lo tenía. Yo era la buena de esta historia y ella la villana. No había sido yo quien me había vuelto a reabrir viejas heridas, sino ella. Ella estaba en el bando contrario, estaba segura, nadie puede crearle ese dolor a una amiga, a una compañera y aliada. Era el enemigo.

Mi tiniebla se alzó con una velocidad asombrosa y le tapó la boca.

- Shh – le dije con una sonrisa siniestra- no queremos molestar a nadie, ¿verdad?- empecé a andar hasta estar prácticamente pegadas- ¿Qué te parece si pruebas el mismo dolor que me has hecho sentir?

A un chasquido de mis dedos la niebla envolvió por completo todo su cuerpo. Donde antes había estado la bruja ahora se encontraba una oscuridad que no dejaba ver lo que se cocía en su interior. No sé a ciencia cierta lo que le hizo, no es que me importara mucho en esos momentos. Pero el dolor que le debía estar causando debía ser espantoso, pues sus gritos no tardaron en oírse para el deleite de mis oídos. Qué gran música.

- ¿Qué coño?

Mis furibundos ojos se volvieron hacia el intruso que me había sacado de mi pequeña venganza con intención de aplastarlo bajo mi poder. Arioch era la persona que se encontraba en la puerta de la sala con cara de asombro. Y por extraño que pareciera no le ataqué por asombroso que sea. En vez de eso, hice que la niebla volviera a mí dejando al descubierto el maltrecho cuerpo de la bruja, que se encontraba tirada en el suelo como si fuera una muñeca rota, antes de acercarme a él con una sonrisa complacida.

- Ha cogido su merecido- le aseguré –, nadie daña a la Dama de las Sombras sin recibir lo que merece.

- ¿Cómo te llamaste? – abrió los ojos como platos.

- Dama de las sombras, reina de lo que está en medio, emperatriz de lo que lo que la luz reniega y la oscuridad teme. Esa es quién soy, demon…- sentí una punzada comparable a la picadura de una avispa en el muslo derecho - ¿Qué…?

Mi mirada se dirigió hacia mi muslo para ver lo que había causado esa molestia y lo que vi me sorprendió. Musa se encontraba a mis pies con la mano levantada. La misma mano que me había inyectado un tranquilizando que iba adormilándome a ratos.

El poder perdió control sobre mí, sentía que ahora volvía a ser yo la dueña de mi propio cuerpo. Se agradecía volver a ser yo misma otra vez, sin toda esa furia cegando mi razón y mi corazón. Miré hacia Musa con palabras de agradecimientos en los labios por haberme sedado lo suficiente como para controlarme, pero no estuve preparada para la imagen que se me ofreció. Su ropa estaba desgarrada allí donde la sombra había utilizado sus afiladas garras y sus letales caninos para desangrarla. Además, según pude ver en sus ojos empañados de dolor cuando intentó levantarse, tenía una de las piernas fracturadas y por su respiración superficial apostaría que alguna que otra costilla había llevado el mismo camino. En definitiva, tenía un aspecto lamentable.

- Lo siento…- se me quebró la voz por el dolor de verla de aquella guisa.

Una lágrima solitaria bajó por mi mejilla al darme cuenta de la magnitud de mis atroces actos, de mis oscuros poderes, de mi maldición. Era un monstruo, me había convertido en una bestia sin compasión ni corazón, me había convertido en mi peor pesadilla.

En esos momentos, mientras el sueño venía a mi deseé morir, un ser tan maligno como yo no merecía la vida que se le había concedido. El mundo estaría a salvo sin mí, yo era un peligro que debía ser exterminado… El sueño me cogió en su regazo, un sueño del que le pedía a dios no volver a despertarme jamás por la seguridad de todos aquellos que amaba o llegaría a amar…

Un favor a un amigo

Saludos compañeros bloggeros,


Voy directamente al grano, pues no me gusta ir por las ramas. Un amigo mio ha creado un foro-rol de Héroes, la serie. Y os preguntareis algunos de vosotros, ¿cómo es un foro-rol de Héroes? Pues es aquel en el que creas un personaje, con su poder y creas tu propia historia en relacion a los demas personajes. En resumen, une el escribir, leer y la comunicacion con otras personas, permitiendo pasar por una experiencia única e inolvidable. Te da la sensación de estar viviendo realmente la vida de tu personaje, cosa que os lo recomiendo a todos, no hay desperdicio en esta actividad, os lo juro.
El foro fue creado hace no mucho tiempo, y por eso mismo se necesita gente para avivarlo, y como se que a algunos de vosotros os chifla esta serie y tener el poder sobrenaturales de tu elección...
¡¡A ver si la gente se apunta, y podemos rolear entre todos!!



Foro-Rol: http://foro-rolheroes.foroactivo.com/

15- Me pica, ¿tienes crema?

Me quedé perpleja al ver el lugar donde, según me dijo Arioch cuando le pregunté, nos aclararían nuestras dudas sobre el tatuaje de mi mano y hasta era posible que sacáramos algo en claro respecto a qué tipo de ser era yo en realidad y quienes me perseguían.


Arioch me tenía dicho que yo había perdido mi humanidad cuando la estrella me golpeó aquella noche en el parque. Supuestamente cada inmortal está inclinado a mayor o menor medida a un lado de la balanza, ya sea al lado de la luz o al de la oscuridad, el del bien o el del mal, pero yo no. Yo era excepción a esa regla. En mí percibía algo extraño, fuera de lo común, no era parte de los buenos porque había trazos de oscuridad en mi ser que impedían que lo fuera, pero al mismo tiempo había demasiada luz dentro de mí como para ser uno de su bando. Y eso me dejaba en aquellos momentos en medio de tres bandos confrontados (el bien, el mal y los mortales), parte de ellos pero sin pertenecer a ninguno de ellos en su totalidad.

No sabéis las ganas que tenía de saber cuál era mi lugar en el mundo tras la muerte de mi tía abuela. Pero esas mismas ganas no me impidieron recelar del lugar al que me llevó Arioch esa tarde, y no es de menos teniendo en cuenta que nos encontrábamos enfrente de una tienda en el que un cartel muy llamativo anunciaba que aquel era una tienda de adivinación y ocultismo. ¡Vaya por Dios!

Volví la vista hacia el demonio que se encontraba a mi lado con el ceño fruncido, no entendía qué podía una mera adivina saber sobre los problemas que me envolvían, como si de una segunda piel se tratase, y lo decía sin ánimo de ofender hacia esa profesión.

Estaba a punto de darme la vuelta e ir a la fábrica nuevamente, a esa solitaria habitación donde había pasado prácticamente toda la mañana sin salir para nada de él. Había necesitado tiempo para llorar la pérdida de mi tía, de asimilar que nunca más volvería a ver su cara, de asimilar que nunca jamás volvería oír su voz, antes de hacerle frente a lo que el futuro me depararía de ahora en adelante. Además, si la pérdida de un ser querido es ya de por si duro, añádele la ausencia de casi todas tus pertenencias y la ausencia de un hogar. Debía hacerle frente que me había quedado sin nada ni nadie en el mundo y eso era muy duro, os lo aseguro.

Por todo ello, había deseado estar sola y por eso no desatranqué la puerta cuando desperté del sueño aquella mañana. Aunque debí suponer, tras leer tantos y tantos libros sobre demonios y seres semejantes, que una defensa tan débil, como lo era una silla ante una puerta, no supondría ningún problema para un demonio milenario como lo era mi guardaespaldas. No lo vi ni venir, en un momento no estaba en el cuarto y en el tiempo que tarde en pestañear ya se encontraba depositando una bandeja de plata que estaba a rebosar de comida en la mesilla de noche, al lado de la cama. Abrí los ojos como platos impresionada. Eso sí que era tener poder.

No habló, no se refirió en ningún momento al incidente del día anterior, se limitó a mantener una compostura neutra, como si nada de aquello hubiera ocurrido jamás, como si todo hubiese sido parte de un sueño. Intenté pedirle perdón de todas las maneras posibles por el ataque del día anterior, le informé que no había sido mi intención herirle y mucho menos matarle, pero se limitó a encogerse de hombros como si tal cosa.

- Me pillaste desprevenido, eso es todo- se limitaba a responder cuando le saltaba con esas, como quitándole importancia al asunto-. Si hubiese querido podría haberte vencido fácilmente.

Y cuando le daba las gracias por ayudarme a entrar en razón en aquellos momentos de locura, tenía una reacción bastante similar que tenía como resultado, como el anterior, sacarme de mis casillas.

- Yo no hice nada más que mi deber, para eso me pagaron- me contestaba indiferente.

Que tipo más raro, ayer había parecido que me había mostrado parte de su corazón cuando intentó tranquilizarme con aquellas dulces palabras, hasta llegué a pensar que no era tan gilipollas como aparentaba ser realmente de cara al público. Pero hoy volvía a ser el mismo tipo que me hacía sentir como una mierda, como una carga, una persona prescindible a la que nadie le importa si vivía o moría. Y eso me confundía y me sacaba de mi quicio al mismo tiempo. Puede que ese fuera la razón de mi mal humor de hoy y la suspicacia que despertaba en mí aquel lugar.

Entendedme, yo no tengo nada en contra de aquella profesión, lo respetaba y hasta me gustaba, no sería la primera vez que entraba en una tienda así tanto para comprar algún cachivache mágico como para una sesión de Tarot, pero esto era bien distinto. Al fin y al cabo, estábamos hablando de recopilar información que podría marcar la diferencia entre mi vida o mi muerte, y, lo siento mucho por la dueña de ese establecimiento, pero yo no pondría mi vida a manos de una adivina de tres a cuatro si tuviera otra opción entre manos. Apreciaba mucho mi vida. Aunque, por la mirada que me dirigió Arioch al percibir mis intenciones en mi lenguaje corporal, supe que no tenía más que hacer lo que él me decía sin rechistar si no quería verme arrastrada por las orejas adentro.

Aún siendo a regañadientes entramos y una de esas campanillas que tanto me irritaban anunció nuestra llegada.

- Ahora voy- gritó alguien tras la puerta que había detrás del mostrador.

Mientras esperaba a que la adivina se presenciase ante nosotros eché un vistazo a mi alrededor mientras me sentaba en una de las sillas que había a un lado de la pared de aquella recepción. Era una habitación de colores oscuros, el morado y el negro imperaban sobre los otros colores. Tenía un porte antiguo y cierto aire de misterio que aquellos objetos, muebles y libros le daban. Era un lugar precioso para un amante de lo esotérico, como lo era yo.

Movida por la curiosidad volví a ponerme en pie y fui a observar las cosas que había en una de las estanterías que había al lado de la mesa de recepción. Era una colección de libros impresionante. No había más que ver el manuscrito sobre la magia wiccana más poderosa jamás escrita que encontré entre esas estanterías. Un manuscrito que, según tenía entendido, había sido destruido hacia la época de la Inquisición. Parecía que había logrado sobrevivir. Lo cogí entre mis manos con delicadeza sin poder creerme que ese ejemplar pudiera encontrarse ante mí en esos momentos, era maravilloso. Aunque, fuera muy antiguo y la tapa estuviera un poco gastada, el contenido estaba en perfecto estado y se podía leer lo que había en él sin ningún problema.

Gracias a dios que mi intención había sido estudiar derecho y que por ello me vi obligada a aprender latín, y no cualquier otra cosa, pues no podría haber leído si no aquel maravilloso libro, ya que estaba escrito en latín antiguo.

Me enfrasqué de lleno en la lectura, porque no había allí nada mejor que hacer. Arioch se limitaba a estar entre la puerta y yo, preparado para defenderme de cualquier ataque, sin ni siquiera abrir la boca, pareciendo así una estatua esculpida en mármol. Lo ignoré completamente como él hacia conmigo, y seguí leyendo.

- Tienes un buen ojo para los libros, desgraciadamente no está en venta por motivos que comprenderás- me dijo la joven mujer de pelo rojizo que apareció por la puerta que había tras el mostrador- Que tenga un buen día, señora Millers- le saludó a su cliente mientras esta salía del establecimiento. Una vez se fue la mujer se volvió hacia nosotros con una sonrisa en los labios-. Estaba esperándoos, llegas un poco tarde Arioch, sabes que me gusta la puntualidad por encima de todo- le regañó, aunque estaba claro que no estaba enfadada realmente con él.

- Lo siento, pero he tenido que esperar a que mi acompañante se preparara propiamente. Solo Lucifer sabe que el tópico de que las mujeres tardáis una eternidad para cambiaros es verdad- levantó las manos con una sonrisa apenas contenida- Así que no soy yo el culpable que buscas en esta ocasión. Soy tan inocente como cualquier hombre en estas circustancias.

- Tú siempre con escusas, nunca cambiaras, seguro que habrás tenido parte de la culpa en esta también- le volvió a regañar con tono juguetón, entonces pareció acordarse de mí y se volvió – Vaya falta de tacto la mía. Lo siento, querida- se disculpó sinceramente, lo pude ver en sus ojos-. Tú debes ser la joven que está bajo su protección. Me llamo Musa, encantada de conocerte- me dijo tendiéndome la mano con un brillo especial en los ojos que no supe descifrar.

Era palpable la buena relación que había entre esos dos, que eran grandes amigos y confidentes desde hacía mucho tiempo. El siempre malhumorado y serio semblante del demonio se dulcificó nada más ver a Musa, a aquella hermosa mujer de unos ojos verde esmeralda, de una cabellera rojo fuego y un cuerpo de ensueño. ¿Serían pareja?

Le di un apretón de mano, como le hubiese dado a cualquier otro que me ofreciera la mano, pues así era como me había educado mi tía, los modales primero. Pero ni todos los modales del mundo me hubieran preparado para lo que me pasó a continuación. Y es que no pude evitar soltar un grito de verdadero espanto cuando me quedé con su brazo, no lo habéis leído mal ¡su maldito brazo se había desprendido de cuerpo y lo tenía entre mis manos en aquellos momentos!

- Mierda- maldijo por lo bajo Musa- Se me había olvidado por qué jamás doy la mano a la gente, todos reaccionan de la misma forma- dice apesadumbrada.

- Yo no- le contestó Arioch.

- Cierto, pero es que tú has visto demasiadas cosas como para asustarte de manos que salen de su sitio- se volvió hacia a mí al instante- Lo siento, querida, no era mi intención asustarte, para nada. Es que a veces, cuando estoy un poco nerviosa, no controlo mi poder y me caído en pedazos. Es el precio que pagué por un hechizo que no salió del todo bien, conseguí mi propósito pero lo pagué muy caro, créeme. Y ahora que hemos solucionado este malentendido ¿podrías devolverme mi mano? – me preguntó tendiéndome la otra mano. Se lo devolví al instante- Gracias- se subió la manga para poder ponerlo en su sitio y empezó a recitar extrañas palabras - Arshga michra wussa.

Y ante mis incrédulos ojos vi como un hilo de sutura, que utilizaban los médicos, volvía a unirse al cuerpo como si tuviera vida propia. Fue un trabajo rápido y limpio, y antes de darme cuenta todo volvía a ser lo de antes. O lo habría sido, si mis ojos no hubieran visto a través del hechizo de ilusión que tenía adherido a su cuerpo, un hechizo que a primera vista te impedía ver lo que realmente le pasaba a su creadora. Y es que, no había parte del cuerpo de Musa que no estuviese atada por hilos de sutura. Parecía un hermoso muñeco roto, que se habían empeñado en mantenerlo en una pieza aunque le hubiesen despedazado sin misericordia. Era una imagen sobrecogedora.

- ¿Qué tipo de ser eres?- tartamudeé dando un paso para atrás.

- ¿No le has dicho nada antes de venir sobre mí?- le espetó a Arioch, quien se limitó a sacudir la cabeza. Le fulminó con la mirada – ¿Y cómo esperas que te ayude se la chica me teme? ¿por lo menos podrías haberla preparado para lo que vería en mí, no? Y no intentes replicar, ya es tarde, el daño ya ha sido hecho- dijo alzando una mano para acallar al demonio.- Veras, lo que este olvidadizo demonio no te dijo y debió haberte dicho mucho antes de venir aquí es que soy una nigromante, aunque hubo un tiempo en lo negro no me atraía- por un momento su mirada se perdió en los recuerdos, pero solo fue durante un breve lapsus de tiempo, que ni siquiera sé si realmente lo vi o me lo inventé-. Bien, veras, un día, hacia el año 1509 y movido por motivos del índole personal, decidí probar con un hechizo que había encontrado en uno de mis libros de magia negra. El hechizo me iba a dar la inmortalidad que deseaba, pero algo falló en la fórmula, erré en algo y, ¡pum!- dijo simulando una explosión-, aquí me tienes, después de 501 años, viva pero deshecha. Hoy en día tengo que tener cuidado con no tener mucho contacto con los mortales en consideración a su salud mental, y no sabes lo solitario que es eso- otra vez esa mirada-. Pero gracias a dios, aún me quedan un par de amigos inmortales con los que sociabilizar sin temor a lo que pueda ocurrir si me descontrolo durante solo un único segundo.

Siempre había oído hablar de que los nigromantes eran personas sin escrúpulos ni corazón, que jugaban con la vida y la muerte sin importarles las consecuencias. Nunca pensé que alguna vez me encontraría con una verdadera nigromante que, en contra de lo que decían todos los libros, si tenía un corazón que sufría y amaba como el nuestro.

Sentí pena por ella, y no solo por como quedó después del hechizo fallido, sino por la historia que escondía tras esas palabras, la historia que se había guardado para sí. No sabía por qué, pero estaba segura que el suyo no había sido el deseo de poseer la inmortalidad sin una razón de peso. Y me daba a mí en la nariz, que había una historia de amor lo que desencadenó toda esta historia. Pobre. Y, aunque no tuviera razón y sus motivos fueran del todo egoístas al actuar de aquella forma, ese no era un destino que no quisiera ni para mis enemigos.

Por todo ello, me avergoncé de mi reacción y por haberla juzgado antes de tiempo. ¿Quién era yo para decidir quién era o no un monstruo cuando yo misma poseía una extraña niebla en vez de una sombra como los demás?

- Lo siento, yo no quería… yo no sabía…

- Tranquila, está olvidado- me aseguró mientras cogía mi mano derecha y tocaba el tatuaje-. Además, ¿qué tipo de aliado sería si no puedo perdonar una cosa así?- me dedicó su mejor sonrisa mientras soltaba mi mano e iba a la puerta para girar el cartelito hacia la cara que indicaba que la tienda estaba cerrada.

Fue entonces cuando Arioch volvió a abrir la boca.

- Basta de tonterías- parecía impaciente-. Musa, ¿podrías utilizar tus poderes adivinatorios para sacar algo en claro sobre ella o sobre la persona que hizo el tatuaje? Puede ser importante - le preguntó directamente sin andarse con rodeos.

- Puedo intentarlo. Cariño, ven conmigo- dijo mientras desaparecía tras la puerta que había tras el mostrados.

La seguí y pronto me encontré en una oscura y pequeña sala de adivinación con todos sus cachivaches. No faltaba nada, ni la bola, ni las cartas, nada. Estaba todo al completo.

Se sentó en la mesa redonda y me señaló la única otra silla que había en aquel cuarto, el que encontraba enfrente de la de ella. Por lo tanto, a nuestro demonio le tocó quedarse de pie tras de mí con cara impaciente. Tal era la magnitud de ese sentimiento, que poco a poco fuimos contagiados todos los que nos encontrábamos en la sala. De pronto, toda mi alegría se esfumó por el mal presentimiento que sentía en mi interior, algo me decía que no me gustaría la respuesta que pedía obtener.

Musa alargó ambos brazos hacia mí, con las palmas hacia arriba.

- Empecemos- anunció en voz alta, para seguidamente convertirlo en un susurró que prendía únicamente ser escuchado por mis oídos-, es una cosa muy fácil, hasta el gorila que tienes atrás sería capaz de hacerlo con los ojos vendados– me guiñó, era evidente que estaba intentando calmar los ánimos-. Bien, pon tus manos encima de los míos, con las palmas hacia arriba, cierra los ojos y no pienses en nada. Solo eso, yo haré todo lo demás, confía en mi capacidad y todo saldrá bien.

No hubo detalle que no lo bordé. Hice todo como ella me ordenó que hiciera sin perder el tiempo haciendo preguntas sobre lo que haríamos. Estaba segura que no entendería la respuesta que me iba a ofrecer, de modo que no desperdicié saliva para nada.

Se hizo el silencio, un silencio que fue roto por el cántico del hechizo que estaba pronunciando Musa en una lengua para mí desconocida, parecía algo profundo y sagrado, algo que imponía respeto.

Debí suponer que ni esto sería normal conmigo de intermedio. Como pude pensar siquiera que todo iría como la seda, hacía mucho que no lo iba nada en mi vida y ahora no empezarían a cambiar las cosas por arte de magia. No era así como funcionaba mi mundo estos días.

De repente hubo un fogonazo de luz, que, lo vi estando yo con los ojos cerrados, deslumbró todo a mí alrededor brillaba. Fue sobrecogedor, nunca antes había visto tanta luz en medio de la oscuridad que reinaba tras mis párpados. Y lo admito, me asusté, me asusté tanto que corté la comunicación que había entre Musa y yo quitando las manos de su sitio y abriendo los ojos de par en par.

Iba a preguntar lo que había sido eso a Musa, pero lo que vi en su cara me frenó. Había miedo en ellos, su cara había palidecido, parecía la cara de la que había visto a un fantasma o a la muerte misma cara a cara con ella.

Arioch fue a socorrerla cuando hizo el amago de marearse.

- ¿Qué ha pasado? –le preguntó preocupado el demonio, desde que le conocía nunca había visto tanta emoción en su mirada, debía suponer algo la vida de Musa.

- Muerte, la muerte se dirige hacia aquí. Oh dios, estamos perdidos… nos encontramos colgando sobre un precipicio y pronto caeremos al más oscuro abismo... No hay escapatoria, la muerte nos aguarda… - sus ojos se encontraban perdidos en algún lugar indefinido de la habitación y no paraba de decir una incoherencia tras otra, no se había recompuesto de lo que fuera que había pasado.


Vi lo que Arioch iba a hacer en sus ojos antes de que su mano saliera disparada hacia la cara de la nigromante, propinándole un buen revés que le volvió a recolocar las ideas en su sitio. Brusco pero eficaz, eso debía concedérselo.

La mirada de la bruja se aclaró súbitamente y atrapó con ellos los ojos del demonio.

- Se avecina algo grande y oscuro, y ella- dijo señalándome con el dedo pero sin apartar la mirada de él en ningún momento- debe estar en condiciones de hacerle frente o de sucumbir bajo su fuerza. En sus manos está todo lo que conocemos y conoceremos.

- Pero es inexperta, no sabe nada sobre el arte de la lucha, ni tan siquiera sabe lo que es.

- Eso no importa, puede aprender, debe aprender- recalcó con fuerza-. Nosotros le ayudaremos, nosotros le enseñarem...

- ¿De qué demonios habláis vosotros dos?- pregunté confundida cortando su conversación drásticamente.

Las miradas de ambos me taladraron con una intensidad nunca antes vista, y creía que sería Musa quien me respondería pero no fue así.

- Los Destinos han puesto una gran carga sobre tus espaldas, pequeña, y al parecer es nuestro deber es prepararte para que ese peso no te aplaste bajo su peso, y contigo todos nosotros también… Espero que no me defecciones…

14- Cegada por el Odio

Había estado vagando sin rumbo fijo en busca de alguien con quien desahogar toda esta ira que me corroía como si de algún ácido corrosivo se tratara y que al mismo tiempo poseía el control de cada centímetro de mi cuerpo. Era como si otra persona hubiese tomado el mando de mí y yo, mientras tanto, era como si me encontrara agazapada en algún lugar oscuro de mi mente mirando todo pero sin poder actuar.

Y sin saberlo ni quererlo pronto me vi, otra vez, en frente de la fábrica de Arioch. Intenté darme la vuelta, pero fue en vano, ese ser que se había despertado dentro de mí y que en esos momentos me utilizaba como na marioneta quería entrar y no había nada que yo pudiera hacer para impedírselo. Por lo tanto, me vi como me acercaba poco a poco, con la calma del depredador, a la puerta que conducía adentro y lo abrí. No es de extrañar que lo abriera, puesto que mi intención era entrar, lo raro o extraño fue ver que la niebla que me envolvía se solidificaba creando así una especie de mano gigante con garras que, silenciosamente, lo sacó de su lugar y lo dejo reposando en la pared.

No perdí tiempo, entré en el edificio sin hacer el menor ruido, ni siquiera el de las pisadas. Era como si no estuviera tocando el suelo, no se oía nad… ¿pero qué demonios? Efectivamente, no se oían mis pisadas, ¡porque no estaba tocando el maldito suelo! Mis piernas se encontraban posadas encima de la niebla, quien me sostenía y me movía como si creyera que mis piernas no eran suficientemente silenciosas para lo que él tenía en mente.

Fue entonces cuando la ira que me había poseído, habló a través de mi boca utilizando mi propia voz pero teñido de furia y odio.

- Ven aquí, apestoso e inmundo demonio, tengo un par de cosas que decirte cara a cara.

- ¿Qué sucede aquí?- preguntó confundido cuando se materializó ante mí momentos después, cosa que en aquellos momentos no me percaté- ¿y qué diablos haces tú en mi fábrica? La cita era para mañana por la tarde no para la noche de este mismo día.

- ¡Tú…- lo señalé con el dedo índice mientras le gritaba a todo pulmón- tú eres el culpable de todo esto, es tú culpa que ella no esté aquí, tuya y solo tuya!

- No sé de qué me acusas, muchacha, pero te juro que hoy no me he movido de aquí desde que te fuiste esta mañana - me aseguró con el ceño fruncido por la confusión, no entendía la razón de toda esta parafernalia.- He estado más que ocupado telefoneando a todos mis contactos para conseguir algo de información en beneficio de la muchacha mimada, que serias t…

- ¡No me llamo muchacha, me llamo Diana! Estoy harta de que me llames niña, muchacha, estúpida o algún diminutivo insultante. ¡Tengo mi propio nombre, por el amor de dios, y será mejor lo empieces a utilizar!- tal era mi enfado por esos motes tan desagradables que la niebla que me envolvía los pies en lugar de mi sombra volvió a formarse y solidificarse hasta convertirse en una fuerte y grande mano que se movió a una velocidad de vértigo.En un abrir y cerrar ya lo tenía aprisionado contra la pared con su oscuro puño alrededor del cuello de la camisa de Iron Maiden que llevaba en aquellos momentos, alzándolo del suelo. Era impresionante la fuerza y velocidad que mostró, me quedé perpleja y no hice nada para impedirlo por la sorpresa del conocimiento de que ese poder pudiera ser parte de mí, de lo que ahora era.

En esa posición era difícil hablar y mucho menos respirar con normalidad, como pude ver en la cara enrojecida de Arioch. Intentó forcejear, de liberarse de ese agarre de hierro, pero no hubo resultados. Siempre que intentaba algo un tentáculo de niebla salía de su escondrijo y lo apresaba hasta que al final acabó con cada parte de su cuerpo envuelto en mí tiniebla. No podía mover ni siquiera el dedo meñique.

Lo miré a la cara y vi en sus ojos reflejados el asombro por el poder que poseía “la inútil muchacha”, según sus propias palabras, no imaginaba que fuera capaz de tal hazaña. La parte mezquina que había en mí se deleitaba en ello, pensando que le serviría de lección, aunque la pequeña luz que aún no había perecido ante la oscuridad de la ira quería dejarlo ir, no quería pelear. Volví a mirarlo y observé en él el conocimiento de que no tenía la fuerza suficiente en aquella situación para oponerse a mi furia a menos que quisiera ser aplastado o descuartizado por los tentáculos, según como les diese. Así pues fijando en mí su mirada murmuró.

- Si, lo entiendo, Diana.

- ¿Ves como no era tan difícil decir mi nombre?- la niebla lo abandonó por completo al mismo tiempo que la aflicción y el enfado crecían en mi- Tan fácil como hubiera sido para ti salvar a mí tía de las garras del fuego, pero no lo hiciste, ¿no? Dejaste que muriera a propósito, ¿qué puede importarle a un demonio la vida de una humana?- no pensaba que me respondería y no lo hizo, por lo tanto seguí.- Nada, no os importa ni un bledo, pero para mí era importante. Por tú culpa la única familia que me quedaba en el mundo ha muerto. Tú debías estar allí y no estabas para ayudarla. Tus manos están tan ensangrentadas con su sangre como el que provocó el incendio. ¡Te odio con todas mis fuerzas!

Sentía como la niebla se movía peligrosamente a ras del suelo hacia el demonio de la venganza y supe que no albergaba ninguna buena intención, pero él permaneció imperturbable, sin siquiera pestañear con la mirada clavada en mis ojos. No había ni atisbo del miedo que sería lo lógico sentir.

- Lo entiendo y siento tu pérdida.

- ¡No, no lo entiendes! ¡Nadie lo hace! ¡Y mucho menos un demonio! ¡Vosotros no tenéis sentimientos ni corazón, no podéis tenerlos, sois malvados y viles!

- Eso no es cierto del todo cierto, si me permites decírtelo, podemos sentir tanto o más que los humanos- me informó-. Además, recuerda que soy un demonio vengador, desde mi caída he visto como los humanos eran asesinados por los de su misma especie de las formas más imaginativas y crueles posibles y como me pedían venganza en nombre de la víctima y su corazón roto de dolor. No ha habido día en que yo no haya podido sentir junto con ellos lo que sentían por la pérdida por culpa mis poderes demoníacos. Así que sí, se de lo que me hablas, Diana, mejor de lo que me gustaría- dijo dando un paso hacia mí con las manos en alto para mostrarme que no albergaba malas intenciones hacia mi persona- Sé también que tú no me quieres hacer daño realmente, pues con mi muerte no conseguirás vengar a tu tía muerta, solo conseguirán que te maten más fácilmente los que fueron a por ella.

- Pero…- ahora la que estaba confusa era yo, lo que decía tenía cierto sentido para la parte racional que seguía habiendo en mí, aunque seguía siendo minoría.

- Nada de peros- me cortó-. El que lo hizo anda por allí regodeándose por lo que te ha hecho sufrir y viendo como matas a la única persona que es capaz de ayudarte a alcanzar tu preciada venganza. Pero en vez de levantarte de ese pozo en el que caíste, tú estás aquí, como una gatita apaleada lamiéndote tus heridas y atacando a la persona equivocada, en vez de salir allí fuera a hacer algo que realmente sirva para algo.

Era cierto, no había sabido ver a través de la ira y el odio quienes eran o no sus aliados. Había estado comportándose como una niña, una niñita asustada en busca de algún culpable, y él había tenido la desgracia de cruzarse en mi camino en ese desagradable momento.

Todo el enfado fue aplastado y apartado por el sentimiento de vergüenza, dolor y aflicción para ser revisado en otro momento más apropiado que aquel. Las cosas se veían mejor, más juiciosamente cuando la herida no era tan reciente. Y es que esta era una de esas heridas que dejan una cicatriz que ni con todo el tiempo del mundo podría borrarse, pues no era fácil olvidarse de toda una vida compartida con aquella mujer que había sido como una madre para mí en ausencia de mi verdadera madre.

Toda esa fuerza imparable que no tenía ni límite ni contrincante se fue apaciguando, se fue desvaneciendo poco a poco, hasta dejarme temblorosa, débil y sola, más sola que nunca. Entonces se me vino encima todo lo que la pérdida representaba para mi futuro. Mis piernas perdieron agarre y me hubiera caído si no hubiera sido por él, quien me cogió en volandas antes siquiera de llegar a tocar el suelo.

Lo miré a la cara con mi visión nublada por las lágrimas de pérdida que se derramaban de ellos, y me sentí segura entre sus fuertes y cálidos brazos. En aquellos momentos me pareció la persona más hermosa y bella que había visto jamás en mi corta existencia. Con esos ojos oscuros que me miraban con comprensión y compasión y no con crítica y desprecio, con ese pelo siempre despeinado que me recordaba las charlas matutinas con mi tía, y con esos labios…

Enterré mi cabeza en su duro pecho, sin importarme de si se lo manchaba, queriendo desterrar esos pensamientos, ese no era el momento idóneo ni era la persona adecuada, ¿no me acordaba con que hostilidad e indiferencia me había tratado hasta el momento? El agradecimiento se me había subido a la cabeza confundiendo mis sentimientos, eso era, además la muerte reciente de mi tía tampoco ayudaba mucho. Debía ser eso la causa de esos pensamientos, ¿no?

- Gracias – le dije entre sollozos- y siento todo este drama y lo de ya sabes- hice como si alguien me agarrara de la camiseta – yo…

- Olvídate, esto es parte de mi deber, eso es todo.

- Ya pero…

- No fue nada, me he visto en peores situaciones y he salido peor parado. Esto no ha sido más que un jueguecito para mí, de verdad- pero a mí no me lo había parecido un jueguecito de niños, casi lo había matado, había estado a punto de hacerlo. – Pero no me has matado, que es lo que cuenta al fin y al cabo ¿no?

- ¿Cómo has sabido que yo estaba pensando eso? ¿puedes leerme el pensamiento? – esa idea era aterradora, si eso era cierto entonces había podido oír también el modo en que había pensado sobre hace apenas unos momentos. Mierda.

Una sincera carcajada retumbó en su pecho llenando toda la sala.

- Más quisiera yo tener ese don, pero desgraciadamente no lo poseo. Únicamente me he limitado a leer tu lenguaje corporal y hacer un par de deducciones, los milenios de práctica.

Un suspiró de inmenso alivió salió de mis labios nada más oír esa afirmación, no había sabido que había estado reteniendo la respiración hasta el momento en el que lo solté todo en aquel suspiro. No sabéis el peso que me había quitado ese conocimiento, ya que hubiera sido difícil convivir con un guardaespaldas, o escudo o lo que fuera que fuera, que sabía cada uno de mis pensamientos. Y eso no tenía ni la menor gracia, aunque al parecer a él sí que le hacía mi alivio.

- ¿Qué? ¿Escondes algo que yo deba saber? ¿algo jugoso?- sabía que estaba intentado animarme el ánimo con sus bromitas, pero aún así…

- Bésame el culo- le respondí altivamente mientras me ponía en pie.

- Si la dama lo desea, todo porque no saque de paseo a su perrito- hizo una de sus reverencias burlonas.

- Vete a tomar por culo- y me di la vuelta en dirección a la habitación en la que me había despertado días antes sin siquiera pedirle permiso, necesitaba un lugar en el que dormir para aquella noche, y había sido él quien había intentado retenerme allí cuando nos conocimos por mi seguridad. Además, si había cambiado de parecer y ahora si se daba el caso de que le importaba eso se podía ir a freír espárragos por mí. No tenía la intención de dormir en la calle y, aunque esto no fuera un hotel de cinco estrellas, había un cómodo colchón y cálidas mantas. Los cuales eran lo único que necesitaba en aquellos momentos.

Atranqué la puerta una vez dentro, quería un poco de soledad e intimidad para estar sola con mi luto. Me senté en la cama y empecé a recordar cada imagen que tenía de ella, cada recuerdo, cada insignificante detalle y los almacené en un lugar seguro dentro de mi mente, donde ni el tiempo ni la lejanía podrían borrarlos jamás. Todo su amor, todo su cariño se quedarían conmigo aún después de haber muerto, de aquella forma, mi objetivo, el cual consistía en hacer justicia con su muerte, no se enturbiaría nuevamente por el odio y la rabia.

No sé en qué momento de aquel arduo trabajo se me empezaron a cansar los ojos, a empezar a pesar tanto que se me cerraron súbitamente y no pude volver a abrirlos nuevamente. Pronto me encontré en un mundo lleno de vivos colores donde ningún dolor podía alcanzarme, donde mi tía todavía seguía con vida a mi lado y nadie podría hacerme daño tanto físico como psicológicamente.

El sueño es un maravilloso regalo para todos los seres vivos, ¿no lo creéis? Pero como todo, alguna vez debe terminar para poder seguir adelante en la vida. Y algo me decía que sería mejor descansar mientras podía en el abrazo reparador del sueño, pues el día de mañana sería muy movidito. Una vocecita me advertía que esa cita traería consigo más cambios y líos en mi vida, que ya de por sí estaba servida de esos dos componentes.

Pero el mañana, mañana es y yo ahora tenía sueño. Así que disculpadme pero he de dormir si quiero rendir a día de mañana.

13- Grabado a fuego

Había releído la carta una docena de veces desde el momento en el que abrí el sobre con la esperanza de que su contenido cambiara de un momento a otro, con la esperanza de que no fuera cierto lo que mis ojos leían en él. No quería admitir las verdades que se escondían tras esas ponzoñosas palabras y es que… ¡habían secuestrado a Laida por mi culpa! Alguien, que se hacía llamar anónimo, quería algo de mí, de eso estaba más que segura, y para ello utilizaba a uno de mis amigos cara coaccionare llegado el momento de coger lo que deseaba de mí.

Además, esa persona sabía que no era hum… que era distinta a los demás, me corregí mentalmente, pues debía hacerme a la idea de que no era la misma de antes, una idea que empezaba a hacerse cada vez más y más evidente a cada rato que pasaba. No había más que ver que ni mi velocidad ni mi fuerza eran los de una persona corriente, era capaz de correr más rápido que el campeón olímpico y de doblar el acero sin emplearme a fondo. Hazañas que serían imposibles de realizar para cualquiera de mis amigas, pero tan insignificantes para mí desde que fui tatuada. Y como olvidarse de ese detalle como el de que me faltara una sombra a mis pies que me siguiera a todas partes fielmente como a cualquier otro. Que creyera que era diferente a los demás no significaba que me gustase serlo.

Y para colmo, quien quiera que fuera el emisor era algún tipo de ser sobrenatural que había prometido ofrecerme una muestra de su poder gran poder sobre mi vida y su sinceridad cuando decía que era capaz de matar a mi amiga si lo intentara delatar. La cuestión era, ¿qué era lo que tenía pensado hacer?

Por extraño que pueda parecer sentía que la respuesta a su pregunta se encontraba escondida tras esas palabras escritas con tanto esmero en el papel que tenía entre las manos. Únicamente debía saber encontrarlo, cosa que era más fácil decirlo que hacerlo. Nunca he sido buena con los rompecabezas, cuando era pequeña siempre los evité…

Estando sentada mirando a un papel como una idiota no me ayudaría para nada a descifrar su contenido, lo mejor sería hacer algo mientras esperaba a que llegara la hora de ir a la comisaría a declarar. Además, siempre se me habían ocurrido las mejores ideas o las respuestas a cualquier cosa cuando estaba ocupado en otra cosa.

Bajé a la cocina y, como dictaba nuestro calendario, hoy me tocaba a mí hacer el fregado, así que manos a la obra se ha dicho. Gracias a la velocidad extra que parecía haber conseguido lo de limpiar los platos se convirtió de ser algo lento y aburrido a ser algo fascinante y rápido. Parecía que mis poderes servían para algo bueno, pensé con una sonrisa en los labios.

Ya que estaba, limpié la cocina de arriba abajo hasta dejarlo impoluto en un abrir y cerrar de ojos. De aquella forma le quitaría un trabajo a mi tía para cuando despertara.

Miré mi mano tatuada con fascinación ante la idea de que gracias a él y los poderes que había despertado en mí, unos poderes que les hubiera costado un infierno aparecer de no ser por el desconocido tatuador, podría hacer que la vida de mi tía fuera lo más cómoda posible. Se lo debía, ella había arriesgado su vida al cuidar de mí cuando más lo necesite en vez de abandonarme a mi suerte como lo habría hecho mucha gente con un futuro tan brillante como lo suyo. Sacrificó todo, tuvo la oportunidad de casarse pero no lo hizo por cuidarme, pudo haber sido un magnate multimillonaria pero lo rechazó por mí, podría haber poseído una vida tranquila pero prefirió cuidar de una niña pequeña de cinco años. Si estos poderes eran míos para lo que yo quisiera los utilizaría, sin pensármelo dos veces, en ella. Era la única que se merecía el beneficio de que yo fuera especial.

Después de limpiar la cocina, le tocó el turno a su cuarto, los baños, la sala… Toda la casa quedó reluciente a mi paso. Me encantaría haber visto la cara que puso al percatarse de ello, pero para cuando terminé con todo era hora de partir en dirección a mi cita con la policía.

La comisaría de la policía era un edificio de ladrillo situado en el centro de la ciudad, a apenas unas cuantas manzanas de mi casa. Era un edificio que su sola presencia te hacía recordar la mano dura de la ley, de que nada se escapaba de su vista. En definitiva, era un lugar que imponía respeto a todo aquel que se osara verlo. La entrevista sobre la desaparición de mi amiga tuvo lugar en un cuarto gris claro con una gran mesa blanca y unas sillas de plástico muy incómodos, de esos que te dejan el culo plano. El jefe de policía, que se llamaba Henry Ramírez, el hermano mayor del agente Ramírez que llamó a mi casa según supe más tarde, era un hombre calvo y regordete vestido con unos pantalones negros y una camisa blanca de manga corta. Sus ojos grises parecían blanqueados con lejía. Se sentó enfrente de mí y me hizo las preguntas en voz baja, mientras tomaba nota sobre todo lo que decía.

- ¿Cómo dices que conociste a la desaparecida?- empezó a preguntar con voz neutral, sin traslucir ningún tipo de sentimientos.

- Teníamos alguna que otra clase juntas-admití-, además, fue ella quien me preguntó si quería ser parte de su cuadrilla, le debo mucho.

- Has dicho teníamos, ¿me podrías decir por qué del uso del pasado?- preguntó frunciendo el ceño.

- Claro, como bien sabes las dos hemos terminado el bachillerato y como cada una va a estudiar una cosa diferente, ella periodismo y yo derecho, no volveremos a tener clases juntas.

Asintió y apuntó algo más en la libreta que tenía en la mano.

- ¿Cuánto tiempo lleváis siendo amigas vosotras dos?- quiso saber sin dirigirme la mirada, estaba demasiado centrado en sus notas.

- Podría decirse que desde hace dos años, cuando entre en el instituto y me tocó que sentarme con ella en clases de economía.

- Interesante, y ¿desde entonces no has tenido ninguna disputa con ella? ¿Por algún chico, porque se había ido de la lengua o algo por el estilo?

- No, que yo recuerde nunca nos hemos enfadado por ninguna razón, como ya te dije le debo mucho, cuando estaba sola, sin ninguna amiga,- y al recordar ese episodio oscuro de mi vida bajé la mirada para ocultar el dolor del recuerdo- fue ella quien me ofreció una mano amiga en la que agarrarme. Las cosas así, tengo más cosas que agradecerle que reprocharle. Laida es una de las mejores personas que conozco.

En ese momento, la cara del jefe de policía cambió por un segundo al oír mis palabras que trasmitían la soledad en la que tuve que vivir por mucho tiempo. Lo que al principio era un hombre frío como el hielo, que sospechaba de mis palabras, terminó por convertirse en un hombre que sabía lo que se sentía al estar solo, como pude ver tanto en su aura como en sus sentimientos él también vivió algún que otro abuso por parte de sus compañeros cuando era más joven. Comprendía lo que se sentía, comprendía la soledad en la que viví. Eso era un punto a favor mío.

- Lo siento- su voz se ablandó un tanto- esto debe ser duro para ti, al fin de cuentas es tú amiga, si quieres podemos posponer esta conversación para otro día.

- Sí, pero tranquilo- le contesté con una sonrisa triste-no es necesario, hazme las preguntas que has de hacerme para ayudar a encontrarla. Haré lo que sea para atrapar al malnacido que la haya secuestrado y traerla devuelta- estas últimas palabras no iban dirigidas a él sino a ella, ellos nunca podrían encontrar al culpable por la simple razón de que él no era humano y, de encontrarlo, estaba más que segura que ninguno de ellos sería rival para ningún ser sobrenatural. No estaban preparados para ello, pero yo sí y pensaba hacer algo para ello aunque me fuera la vida en ello, le debía ese esfuerzo por lo menos.

- Está bien- sentía que había conseguido algún que otro punto a sus ojos- ¿Dónde estabas la noche que desapareció?

- Estaba en la fiesta de la playa, en la misma fiesta que ella.

- ¿Hablaste con ella?

- Sí, estuvimos hablando sobre lo bien que habían montado la fiesta nuestras amigas, Ruth y Martina, también estuvimos bromeando, cotilleando y charlando. Cosas típicas de chicas vamos.

- ¿Y no viste nada extraño? ¿Algo que nos pueda servir para algo en la investigación? – preguntó sin muchas esperanzas.

- La verdad es que sí- la sorpresa era notable en su cara- Cuando terminó el concierto la vi hablar con un tipo que me dio mala espina. Iba ir a por ella y alejarla de él cuando un chico me tiró el trago encima y me volvía para propinarle un empujón por patoso. Para cuando me volví ninguno de los dos se encontraba allí.

- ¿Recuerdas algo de ese chico?- preguntó más atento que nunca, estaba sintiendo que por fin había logrado una pista válida que echaba por tierra la teoría que había propuesto un compañero suyo de que se había escapado por voluntad propia de casa.

- No veo muy bien de lejos, puede preguntárselo a mi oculista si quiere. Desde hace un par de años necesito utilizar gafas para leer la pizarra y ver películas en el cine. Por lo tanto, no pude verlo bien- vi como toda sus esperanzas se desmoronaban, así que intenté recordar alguna cosa que le sirviera para algo- Espera me acuerdo de algo, ese chico, que tendría unos cuantos años más que nosotras, iba vestido completamente de negro y aunque llevaba una capucha que le escondía la cara desde donde me encontraba, por alguna razón me pareció vagamente familiar. ¿Eso os sirve de algo?

- Es posible, no tengo más preguntas para usted por ahora, puede irse, pero si recuerda algo…- me ofreció su teléfono.

- Descuida, se lo haré saber sin demora, de eso no tenga duda.

El jefe de policía parecía un buen tipo, de los que daban todo en su trabajo y se exigían aún más a sí mismos. Estaba segura de que estaba haciendo todo lo que podía para encontrarla viva, por ello me dolía tanto omitir el hecho que el secuestrador se había comunicado conmigo recientemente. Por más que me cayera bien el policía contarle todo lo que sabía no me serviría para nada si por ello mataban a mi amiga.

Con eso en mente cerré el pico y sin decir nada más que pudiera perjudicarla más aún salí de la comisaría a toda prisa a casa. Había empezado a oscurecer desde que había entrado en comisaría, el hecho de que me habían hecho esperar más o menos una hora, pues tenían a mucha gente que entrevistar, antes de que por fin llegara mí tiempo. Y luego debía sumar todo el tiempo que duró la entrevista haciendo una y otra vez las mismas preguntas formuladas de distintas formas hasta que conseguí ablandar el corazón del jefe y me dejo salir después de unas horas. Entonces era normal que hubiera anochecido en el tiempo que pasé allí dentro.

Empecé a andar hacia mi casa sin prisa pero sin pausa, quería estar por un momento a solas para poder asimilar el hecho de que por mi culpa mi amiga estuviera en apuros, por el ser en el que me había empezado a convertir desde que Algol se estrelló contra mí en el parque. No era justo que ella pagara por lo que yo era, no era justo que debiera sufrir por algo que yo poseía, no era justo que la utilizaran por ninguna razón existente ella únicamente era una persona normal que no sabía nada en absoluto de la verdad. La sola idea de que le hubieran podido hacer algo hacía hervir mi sangre de impotencia por no poder hacer nada más que esperar a la señal que Anónimo me había prometid…

¿Qué estaba pasando? Mi vista, la cual había mejorado notablemente como todos mis demás sentidos (ahora no necesitaba las gafas que me había obligado a utilizar mi oculista), captó algo que no encajaba en una ciudad. Por alguna parte delante de mí se alzaba una inmensa columna de humo. Eso únicamente podía significar una cosa en una ciudad como esa y el sonido de las sirenas de los bomberos que corrían hacia esa dirección le afirmó sus peores sospechas… un edificio estaba en llamas.

Cuando llegué a la altura de la catástrofe me quedé paralizada por lo que mis ojos vieron ante sí, no era cualquier casa el que se estaba abrasando por las temibles y mortíferas llamas del fuego, ¡sino mi propia casa! La casa que me había visto crecer, la casa que me acogió cuando necesite un techo sobre mí, la casa en el que tantos buenos recuerdos albergaba se había reducido prácticamente en cenizas.

Nunca olvidaré tampoco, como vi que los bomberos sacaban un cuerpo carbonizado de la casa y lo depositaban en una camilla que se apresuró en llevarlo a la ambulancia que acababa de llegar al lugar de la desgracia. Corrí hacia el camión con mis nuevas dotes, precipitándome al interior. No necesitaba echar una mirada a su cuerpo para saber que estaba muerta, el hedor de la muerte era más que perceptible para mí en el ambiente, pero no quería admitirlo, no podía admitirlo, ella no podía estar muerta, ella era lo único que me quedaba en el mundo. Intenté convencerme que tanto mi nuevo y mejorado olfato como mi super vista se equivocaban, que había una oportunidad para ella, que los médicos conseguirían salvarla. Al fin y al cabo, para algo servirían todos esos adelantos tecnológicos, ¿no?

Depositando todas mis esperanzas en aquellos especialistas vi como con sus crueles manos los reducían a cenizas como mi casa. Los miré a la cara para saber su veredicto y vi como todos los médicos allí presentes negaban con la cabeza y le tapaban la cara con una manta blanca a mi tía abuela.

El mundo se tambaleaba, sentía como lo único que me había mantenido con vida se desvanecía. El último pilar de mi vida había sido asesinado cruelmente. Como había ratificado Anónimo, su cara carbonizada se grabaría a fuego en mi mente, así como la destrucción del único hogar del que tengo algún recuerdo. Estaba más que segura que esas imágenes me acompañarían para el resto de mi nueva existencia.

Me alejé de todo ese tumulto de humanos como un alma errante, ya no me sentía parte de ellos, no sabía hacia donde iba ni me importaba, ya nada importaba. Volvía a estar sola en un mundo cruel y esta vez nadie me ayudaría a salir de este oscuro abismo. Las únicas personas que me ayudaron se habían ido de mi vida para siempre, dejando un vacio en mi interior, un vacio que solo un sentimiento podría llenarlo, un sentimiento tan intenso y tan destructor como lo era el amor al ser amado… la sed de venganza.

En ese momento toda mi vida cambió para mí ante unos ojos anegados de lágrimas de furia, todo lo que antes tenía sentido ya nunca más lo tendría y lo que entes no tendría cobraban significado para mí. Y es que me di cuenta que mi destino no era el ser amada, sino traer desgracia a cualquier lugar que iba, pues todas las personas que estaban a mi alrededor morían porque estaba maldita, por allí mis infernales poderes y mi falta de sombra. Esto era un castigo divino por no ser humana, por ser algo que no puedo evitar ser.

Pero, por más que yo fuera el más vil de los seres que habitaba en la Tierra, nadie tenía el derecho de hacerles pagar a mis seres queridos por ello, no sin pagar por sus actos. Me juré en aquel lugar que mi alma, si es que todavía lo poseía, no tendría descanso hasta matar con mis propias manos a ese asesino sin escrúpulos, me juré que no habría paz para mí hasta que mis manos estuvieran manchadas por completo de su sangre. Quería venganza y pensaba cobrármela de una forma lenta y dolorosa, muy dolorosa.

Como si estuviera de acuerdo con mi decisión mi niebla empezó a fluctuar y cambiar de forma. Sentí que una nueva fuerza, nacida a partir del odio y la furia más pura, recorría por mis venas haciendo que mi sangre hirviera como nunca antes.

Había nacido un nuevo ser aquella noche, un ser que no tenía nada que ver con la chica que conocía hasta aquel entonces, un ser más frío y tenebroso que jamás había morado por la noche.

- Tía abuela Violeta tu muerte será vengado, lo juro. No importa cuánto tiempo tarde ni que deba hacer para conseguirlo, lo conseguiré por ti, por mis padres y por Laida. Quien lo hizo lo pagará- dicho eso me perdí en la oscuridad de la noche como si fuera parte de ello.

12- Firmada por Anónimo

Lo cierto es que la revelación no me sorprendió lo más mínimo, una parte de mi mente lo había sabido desde el principio, desde que era una niña pequeña que soñaba despierta. En esos sueños, yo vivía en un lugar mágico rodeada de ninfas, gigantes, dragones y unicornios. Ese mundo no era como este, estaba lleno de vegetación, de mares impolutos, de inmensas cordilleras de montañas que no tenían fin y de alargadas torres de hechicería que no contaminaban el ambiente y que creaban las cosas más extraordinarias en su interior. Y yo tampoco era la misma chica, yo en él era la más poderosa de las hechiceras jamás conocida y todos requerían de mis servicios. Mi poder, aunque hoy en día no me acuerde muy bien de qué se trataba, era el más alucinante de todos.

Además, todo este asunto de lo sobrenatural explicaba por qué nunca había padecido ninguna enfermedad o que cuando me lesionaba me curaba más rápida que las demás niños de mi clase. Ejemplo de ello era el accidente que mato a mis padres y del que salí indemne, sin ni siquiera un rasguño, mi naturaleza extraordinaria me ayudó a sobrevivir en un accidente que, de haber sido humana, me hubiera arrebatado mi vida prematuramente. Todo ello tenía que ver con eso que era, estaba más que segura.

Por eso creo que lo que yo soñaba era la realidad y no me extrañó tanto como debería la verdad.

Al salir de la fábrica, aclarados ya una parte de mis dudas, me vendé nuevamente la mano hasta que encontrase algún otro sustituto y me dirigía por mi moto, la cual había dejado fuera del local de las prisas que tenía.

Cuando llegué parecía que todas se habían ido a casa, pues no había ni sus motos ni coches y no se oía ningún ruido proveniente del local. Debían haber ido a casa a comer algo, justo lo que tenía pensado hacer yo.

Fue una travesía de lo más raro, como el que había sido el camino hacia la fábrica, la única diferencia que había ahora era el saber que eran reales, tan reales que podrían dañarme si quisieran cuando quisieran. Aceleré para llegar antes a casa, como si allí nadie pudiese hacer daño, como si no se atreviesen a profanar mi hogar.

- ¡Ya estoy en casa!- grité para anunciar mi llegada a la tía mientras cerraba la puerta con llave tras de mí.

- ¡Estoy en la cocina!- me contestó.

Y allí la encontré, preparándome espaguetis con queso raspado y trocitos de chorizos. Se me hizo la boca agua nada más verlo. Mi tía, cuando era joven, empezó a trabajar en un restaurante Italiano. Siempre tuvo una gran habilidad para aprender y ahorrar dinero, parecía que se multiplicaba con su solo toque. En unos cuantos años se encontró dirigiendo toda una cadena de restaurantes, que, aún hoy en día, le sigue aportando grandes sumas de dinero. Es por eso, que es tan buena cocinera y que nunca nos falte dinero en casa.

- Querida, ya me enterado lo de Laida. Lo siento mucho, se cuanto la aprecias- se limpió las manos y me envolvió en un cálido y reconfortante abrazo.

- Gracias- susurré conteniendo aduras penas las lágrimas, odiaba llorar, pero la posibilidad que algo malo le pudiese pasar a mi amiga me llenaba los ojos de lágrimas.

- Todo irá bien, la encontrarán.

Sus palabras, aunque distaban mucho de convencerme, me ayudaron a retener las lágrimas en su sitio y no derramar ninguno como una niña pequeña e indefensa. Cosa que no era desde que cumplí los ocho y le zurré de lo lindo a un niño por tirarme de las coletas y llamarme pipi calzas largas. Como supondréis me castigaron sin recreos por una temporada, pero desde entonces los chicos nunca más se rieron de mis coletas.

Pasado un rato nos separamos, ella para que la comida no se le quemara, a nadie le gusta la comida ennegrecida, y yo para preparar la mesa para las dos. Saqué todo lo necesario, tenedores, platos, vasos, agua, pan… Y en un santiamén lo tenía todo listo.

Me senté en mi sitio y me dediqué a mirar como trabajaba mi tía de una forma que yo nunca lo conseguiría. Más de una vez intentó enseñarme las artes culinarias, pero fue un esfuerzo en vano, era una completa inútil en esa área. Una vez, mientras estaba preparando carne, no sé cómo exactamente, pero empezó a arder y casi quemo la casa si no fuera porque mi tía estaba atenta e intervino deprisa. Desde ese día siempre me he mantenido alejada, limitándome a preparar la mesa. Según decía mi tía, yo era como mi madre, ninguna de las dos habíamos nacido con el don de cocinar.

Esa era una de las pocas cosas que sabía de ella, pues a mi tía no le agradaba mucho hablar del pasado porque le traían dolorosos recuerdos a la mente. Y yo, que era una niña cuando los perdió, los recordaba vagamente mis únicos recuerdos sobre mis padres se convirtieron en un álbum familiar y en las cintas de video de cuando fuimos a Lanzarote cuando yo era una niña de cuatro años. No era gran cosa, pero era lo único que tenía de ellos.

Aún así, alguna que otra vez si conseguía que mi tía soltara alguna prenda sobre el tema. Recuerdo el día en el que se puso a llorar cuando le indiqué que quería ser abogada, yo no sabía el por qué de su llanto y me confundió, pues creí que la había defraudado con mi decisión. Empecé a disculparme y a ofrecerle otras alternativas. Le dije que estudiaría psicoanálisis si prefería o que incluso alguna filología, pero ella negó. Fue entonces cuando me rebeló, por vez primera, que mis padres también fueron abogados, y de los mejores además, y que yo hubiera escogido su misma carrera le había recordado su pérdida y que por ello estaba llorando, y no porque sintiera que le había defraudado.

Mi tía, puede que una vez fuera una mujer fuerte que luchó para llevar adelante su negocio, pero ahora era una mujer de edad que se rompía con facilidad. Así aprendí, que había que si quería saber algo sobre mis padres mi tía no era una buena vía para conseguirlo, a menos que quisiera matarla de un disgusto.

Pero volviendo al presente, cogí mi libro de Eternidad en las manos, el cual se encontraba en una estantería de la sala pues en mi habitación no cabía, y estando sentada en la silla miré a mi tía con mi nueva visión, aprendí que cada color expresaba como era la esencia personal de cada persona. Y luego dirán que leer no sirve para nada, ingenuos. El aura de mi tía, por ejemplo, era de color rosa claro con algún que otro tono gris en el fondo, lo cual significa que era una persona compasiva y de buen corazón aunque marcada por tristezas del pasado. El cual supuse que serían la muerte de mis padres, y antes de que preguntéis no pudo lamentar la muerte de un esposo pues nunca se casó por su trabajo y por mí.

Grabé a fuego cada significado en mi mente, me daba a mí que esto me podría ser muy útil en un futuro no muy lejano. Siempre viene bien saber con qué tipo de personas tratas cuando tu vida está en juego, ¿no creéis?

- La comida está lista, cielo- anunció mi tía trayendo consigo la cacerola- espero que tengas hambre.

- No sabes tú- todo este asunto de lo inmortal me había dado ganas de comer.

En esos momentos yo no comía, engullía, yo no bebía, tragaba, tal era el hambre que tenía.

Y así estaba yo, comiendo por todo lo ancho, cuando el familiar sonido del teléfono anunciando una llamada indeseada, ¿pues quien puede llamar a la hora de comer si no alguien que quiere fastidiar?, se hizo oír desde el salón.

No tenía ninguna intención de levantarme, si querían algo bien podrían dejar un mensaje y ya les contestaría después si eso. Al parecer, mi tía abuela debió de ver esa determinación a no responder a esa llamada tan inoportuna, que se levanto ella misma y cogió el teléfono.

Se oían murmullos desde la sala, si quisiera podría haber escuchado la conversación, pero estaba demasiado ensimismada comiendo como para oír lo que decían o con quien hablaba mi tía, pero, aunque no escuchaba, algo en mi interior me advirtió que no eran buenas noticias lo que recibiría cuando vi asomar la cabeza de mi tía de la puerta de la cocina.

- Cielo, hay un señor que quiere hablar contigo- me informó, la preocupación se había adueñado de su rostro por completo, eso no era buena señal, no señor.

- Ahora voy.

Me limpie el morro con la primera servilleta que tenía a mano y, como una exhalación, me dirigí rumbo al teléfono de la sala. Una vez llegué allí, vi como el auricular estaba descolgado, alguien esperaba hablar conmigo y no era por lo buena estudiante que era, eso seguro. Con cierta vacilación, acerque el auricular a la oreja y hablé.

- ¿Sí? ¿Quién es?

- Soy el agente Ramírez del departamento de desapariciones, ¿es usted la señorita Hope?- me preguntó una profunda voz masculina.

- Sí, soy yo, ¿pasa algo agente?

- Como sabrás, hace unos días desapareció una chica, que según hemos podido saber por algunas fuentes fiables usted se encontraba en su círculo de amistades. La desaparecida es Laida Bilbao, y usted es su amiga ¿me equivoco?

- No, señor, no se equivoca usted- la educación era lo primero-, es una de mis mejores amigas, y sí, estaba al tanto de ese suceso. Me lo contó una amiga hace no mucho.

- Entonces sabrá también, señorita Hope, que estamos interrogando a todas las personas de su círculo de confianza con la intención de conseguir alguna pista que nos pudiera llevar a ella. Y por ello, quisiera saber si usted podría personificarse hoy, a las cinco de la tarde, en la comisaria, a menos que tenga algo que hacer…- un escalofrío me recorrió por todo el cuerpo, esas últimas palabras iban dirigidas a mí con segundas intenciones, en ellas se traslucía que si renegaba la invitación sus sospechas cobrarían vida y irían a parar directamente a mi persona. Al parecer mis amigos no eran las únicas que pensaban mal.

- No, señor, no tengo ningún problema. Estaré allí a la hora acordada, se lo aseguro.

- Bien, no quiero quitarte más de tu tiempo, allí nos veremos, señorita Hope- y colgó dejándome con el auricular en la oreja, no me había dado tiempo ni de saludarlo formalmente, será maleducado.

Colgué el teléfono y me dirigí a la cocina, pero ya no tenía hambre. El pensar que Laida podría estar en apuros o m… no ni pensar, ella se encontraba bien, debía estar bien. Y no ayudaba precisamente, que no solo algunos amigos tuyos sino que la mismísima ley, los policías, creyeran que yo había tenido algo que ver en su desaparición. Puede que no lo dijeran en palabras, pero allí estaba la sospecha, envolviéndonos como un manto.

Unos brazos me abrazaron con la intención de borrar de mi cara toda la tristeza que la llamada había traído a mí. Me acurruqué en ella, enterrando mi cara en su hombro, como cuando era pequeña y quería olvidarme del mundo entero. Esos abrazos eran mágicos, siempre surtían efecto.

- Creen que yo lo hice pero no es así, tía Violeta- alcé la cabeza para mirarle fijamente a los ojos- lo sabes, ¿verdad?

- Claro, querida, tú nunca has sido capaz de dañar ni a una mosca y mucho menos a una amiga como ella. Yo confío en ti- su sonrisa de doscientos voltios me llenó de ternura y tranquilidad, la tranquilidad de saber que aunque nadie me creyese había alguien que creía en mí con todo corazón.

Por una vez en muchos años no me pregunté cómo habría sido la vida con mis padres, sentí que ya tenía todo lo necesario junto con mi tía.

- Cariño, ha llegado una carta a tu nombre, está en tu habitación- me anunció cuando vio que mi humor había mejorado notablemente-. Y antes de que me preguntes, no sé ni de que es ni que dice, leer la correspondencia ajena está muy mal, ¿no crees?- me preguntó con una traviesa sonrisa.

- De eso hace muchos años, yo no era más que una niña curiosa, y aprendí la lección con creces- todavía recordaba el castigo que mi tía me impuso por coger y leer la correspondencia de todo el vecindario.

Fui a mi habitación después de saludar a mi tía, quien iba a echarse su sueñecito diario de un par de horas para recargar las pilas en el sofá del salón, y cerré la puerta tras de mí. Una vez dentro encontré la carta de la que hablaba mi tía encima de mi mesa de estudios, para ser más específicas encima del libro titulado Dos velas para el diablo. Lo cogí entre mis manos y mientras abría el sobre para ver lo que contenía, me senté en la cama para leerlo cómodamente. De él saqué un papel de color rojo meticulosamente doblado y cuando lo desplegué la carta las palabras que se leían allí de negro me dejaron de piedra.


Querida Diana Hope:

Tenemos algo que tú aprecias mucho. Algo que has perdido recientemente. Si, en efectivo, tú amiga está en nuestra posesión.


No intentes nada, no hables con nadie, y no pienses en enseñarle esta carta a nadie, sino dale por muerta a tú querida amiguita. Si haces cualquier cosa, lo sabremos.


Ten en cuenta que no eres la única persona extraordinaria de por aquí.


Y si todavía crees que me estoy echando un farol, que no soy capaz para hacer lo que he dicho, mira lo que voy a decirte, voy a darte una muestra de mi veracidad y peligrosidad que se te va a quedar grabado a fuego para siempre.



Anónimo

Descargar Lágrimas de Oro cap 1-11

Yo antes era como tú, una muchacha inocente. Pero eso pertenece a mi pasado, ya no soy aquella humana que no veía la realidad con su reducida visión mortal. Este es ahora mi presente, un presente en el que se aprecia un horizonte lleno de sombras y tinieblas, un presente sin futuro, o por lo menos, no uno que yo siempre quise poseer.

No sabéis de lo que os hablo, ¿verdad? Permitidme contaros mi historia mientras haya alguien que lo pueda contar, pues, si esto sigue así, puede que nadie conozca la verdadera cara del mundo, una cara que me encontró de la peor manera posible, pues dudo que todo ello fuera por pura casualidad.

Hace mucho tiempo dejé de creer en el azar. Todo pasa por algo, siempre hay alguien moviendo los hilos de nuestro sino para que los acontecimientos sucedan a su placer.

Y yo, que no tenía ni idea de por dónde iban los tiros, me encontré en medio de esos planes, en medio de aquel tenebroso juego. ¿Mi misión? Encontrar el por qué de esto.

Esta es mi historia… ¿os atrevéis a leerla?


Descargar cap 1-11

Entradas populares

frases tristes