BienVenidos

12- Firmada por Anónimo

Lo cierto es que la revelación no me sorprendió lo más mínimo, una parte de mi mente lo había sabido desde el principio, desde que era una niña pequeña que soñaba despierta. En esos sueños, yo vivía en un lugar mágico rodeada de ninfas, gigantes, dragones y unicornios. Ese mundo no era como este, estaba lleno de vegetación, de mares impolutos, de inmensas cordilleras de montañas que no tenían fin y de alargadas torres de hechicería que no contaminaban el ambiente y que creaban las cosas más extraordinarias en su interior. Y yo tampoco era la misma chica, yo en él era la más poderosa de las hechiceras jamás conocida y todos requerían de mis servicios. Mi poder, aunque hoy en día no me acuerde muy bien de qué se trataba, era el más alucinante de todos.

Además, todo este asunto de lo sobrenatural explicaba por qué nunca había padecido ninguna enfermedad o que cuando me lesionaba me curaba más rápida que las demás niños de mi clase. Ejemplo de ello era el accidente que mato a mis padres y del que salí indemne, sin ni siquiera un rasguño, mi naturaleza extraordinaria me ayudó a sobrevivir en un accidente que, de haber sido humana, me hubiera arrebatado mi vida prematuramente. Todo ello tenía que ver con eso que era, estaba más que segura.

Por eso creo que lo que yo soñaba era la realidad y no me extrañó tanto como debería la verdad.

Al salir de la fábrica, aclarados ya una parte de mis dudas, me vendé nuevamente la mano hasta que encontrase algún otro sustituto y me dirigía por mi moto, la cual había dejado fuera del local de las prisas que tenía.

Cuando llegué parecía que todas se habían ido a casa, pues no había ni sus motos ni coches y no se oía ningún ruido proveniente del local. Debían haber ido a casa a comer algo, justo lo que tenía pensado hacer yo.

Fue una travesía de lo más raro, como el que había sido el camino hacia la fábrica, la única diferencia que había ahora era el saber que eran reales, tan reales que podrían dañarme si quisieran cuando quisieran. Aceleré para llegar antes a casa, como si allí nadie pudiese hacer daño, como si no se atreviesen a profanar mi hogar.

- ¡Ya estoy en casa!- grité para anunciar mi llegada a la tía mientras cerraba la puerta con llave tras de mí.

- ¡Estoy en la cocina!- me contestó.

Y allí la encontré, preparándome espaguetis con queso raspado y trocitos de chorizos. Se me hizo la boca agua nada más verlo. Mi tía, cuando era joven, empezó a trabajar en un restaurante Italiano. Siempre tuvo una gran habilidad para aprender y ahorrar dinero, parecía que se multiplicaba con su solo toque. En unos cuantos años se encontró dirigiendo toda una cadena de restaurantes, que, aún hoy en día, le sigue aportando grandes sumas de dinero. Es por eso, que es tan buena cocinera y que nunca nos falte dinero en casa.

- Querida, ya me enterado lo de Laida. Lo siento mucho, se cuanto la aprecias- se limpió las manos y me envolvió en un cálido y reconfortante abrazo.

- Gracias- susurré conteniendo aduras penas las lágrimas, odiaba llorar, pero la posibilidad que algo malo le pudiese pasar a mi amiga me llenaba los ojos de lágrimas.

- Todo irá bien, la encontrarán.

Sus palabras, aunque distaban mucho de convencerme, me ayudaron a retener las lágrimas en su sitio y no derramar ninguno como una niña pequeña e indefensa. Cosa que no era desde que cumplí los ocho y le zurré de lo lindo a un niño por tirarme de las coletas y llamarme pipi calzas largas. Como supondréis me castigaron sin recreos por una temporada, pero desde entonces los chicos nunca más se rieron de mis coletas.

Pasado un rato nos separamos, ella para que la comida no se le quemara, a nadie le gusta la comida ennegrecida, y yo para preparar la mesa para las dos. Saqué todo lo necesario, tenedores, platos, vasos, agua, pan… Y en un santiamén lo tenía todo listo.

Me senté en mi sitio y me dediqué a mirar como trabajaba mi tía de una forma que yo nunca lo conseguiría. Más de una vez intentó enseñarme las artes culinarias, pero fue un esfuerzo en vano, era una completa inútil en esa área. Una vez, mientras estaba preparando carne, no sé cómo exactamente, pero empezó a arder y casi quemo la casa si no fuera porque mi tía estaba atenta e intervino deprisa. Desde ese día siempre me he mantenido alejada, limitándome a preparar la mesa. Según decía mi tía, yo era como mi madre, ninguna de las dos habíamos nacido con el don de cocinar.

Esa era una de las pocas cosas que sabía de ella, pues a mi tía no le agradaba mucho hablar del pasado porque le traían dolorosos recuerdos a la mente. Y yo, que era una niña cuando los perdió, los recordaba vagamente mis únicos recuerdos sobre mis padres se convirtieron en un álbum familiar y en las cintas de video de cuando fuimos a Lanzarote cuando yo era una niña de cuatro años. No era gran cosa, pero era lo único que tenía de ellos.

Aún así, alguna que otra vez si conseguía que mi tía soltara alguna prenda sobre el tema. Recuerdo el día en el que se puso a llorar cuando le indiqué que quería ser abogada, yo no sabía el por qué de su llanto y me confundió, pues creí que la había defraudado con mi decisión. Empecé a disculparme y a ofrecerle otras alternativas. Le dije que estudiaría psicoanálisis si prefería o que incluso alguna filología, pero ella negó. Fue entonces cuando me rebeló, por vez primera, que mis padres también fueron abogados, y de los mejores además, y que yo hubiera escogido su misma carrera le había recordado su pérdida y que por ello estaba llorando, y no porque sintiera que le había defraudado.

Mi tía, puede que una vez fuera una mujer fuerte que luchó para llevar adelante su negocio, pero ahora era una mujer de edad que se rompía con facilidad. Así aprendí, que había que si quería saber algo sobre mis padres mi tía no era una buena vía para conseguirlo, a menos que quisiera matarla de un disgusto.

Pero volviendo al presente, cogí mi libro de Eternidad en las manos, el cual se encontraba en una estantería de la sala pues en mi habitación no cabía, y estando sentada en la silla miré a mi tía con mi nueva visión, aprendí que cada color expresaba como era la esencia personal de cada persona. Y luego dirán que leer no sirve para nada, ingenuos. El aura de mi tía, por ejemplo, era de color rosa claro con algún que otro tono gris en el fondo, lo cual significa que era una persona compasiva y de buen corazón aunque marcada por tristezas del pasado. El cual supuse que serían la muerte de mis padres, y antes de que preguntéis no pudo lamentar la muerte de un esposo pues nunca se casó por su trabajo y por mí.

Grabé a fuego cada significado en mi mente, me daba a mí que esto me podría ser muy útil en un futuro no muy lejano. Siempre viene bien saber con qué tipo de personas tratas cuando tu vida está en juego, ¿no creéis?

- La comida está lista, cielo- anunció mi tía trayendo consigo la cacerola- espero que tengas hambre.

- No sabes tú- todo este asunto de lo inmortal me había dado ganas de comer.

En esos momentos yo no comía, engullía, yo no bebía, tragaba, tal era el hambre que tenía.

Y así estaba yo, comiendo por todo lo ancho, cuando el familiar sonido del teléfono anunciando una llamada indeseada, ¿pues quien puede llamar a la hora de comer si no alguien que quiere fastidiar?, se hizo oír desde el salón.

No tenía ninguna intención de levantarme, si querían algo bien podrían dejar un mensaje y ya les contestaría después si eso. Al parecer, mi tía abuela debió de ver esa determinación a no responder a esa llamada tan inoportuna, que se levanto ella misma y cogió el teléfono.

Se oían murmullos desde la sala, si quisiera podría haber escuchado la conversación, pero estaba demasiado ensimismada comiendo como para oír lo que decían o con quien hablaba mi tía, pero, aunque no escuchaba, algo en mi interior me advirtió que no eran buenas noticias lo que recibiría cuando vi asomar la cabeza de mi tía de la puerta de la cocina.

- Cielo, hay un señor que quiere hablar contigo- me informó, la preocupación se había adueñado de su rostro por completo, eso no era buena señal, no señor.

- Ahora voy.

Me limpie el morro con la primera servilleta que tenía a mano y, como una exhalación, me dirigí rumbo al teléfono de la sala. Una vez llegué allí, vi como el auricular estaba descolgado, alguien esperaba hablar conmigo y no era por lo buena estudiante que era, eso seguro. Con cierta vacilación, acerque el auricular a la oreja y hablé.

- ¿Sí? ¿Quién es?

- Soy el agente Ramírez del departamento de desapariciones, ¿es usted la señorita Hope?- me preguntó una profunda voz masculina.

- Sí, soy yo, ¿pasa algo agente?

- Como sabrás, hace unos días desapareció una chica, que según hemos podido saber por algunas fuentes fiables usted se encontraba en su círculo de amistades. La desaparecida es Laida Bilbao, y usted es su amiga ¿me equivoco?

- No, señor, no se equivoca usted- la educación era lo primero-, es una de mis mejores amigas, y sí, estaba al tanto de ese suceso. Me lo contó una amiga hace no mucho.

- Entonces sabrá también, señorita Hope, que estamos interrogando a todas las personas de su círculo de confianza con la intención de conseguir alguna pista que nos pudiera llevar a ella. Y por ello, quisiera saber si usted podría personificarse hoy, a las cinco de la tarde, en la comisaria, a menos que tenga algo que hacer…- un escalofrío me recorrió por todo el cuerpo, esas últimas palabras iban dirigidas a mí con segundas intenciones, en ellas se traslucía que si renegaba la invitación sus sospechas cobrarían vida y irían a parar directamente a mi persona. Al parecer mis amigos no eran las únicas que pensaban mal.

- No, señor, no tengo ningún problema. Estaré allí a la hora acordada, se lo aseguro.

- Bien, no quiero quitarte más de tu tiempo, allí nos veremos, señorita Hope- y colgó dejándome con el auricular en la oreja, no me había dado tiempo ni de saludarlo formalmente, será maleducado.

Colgué el teléfono y me dirigí a la cocina, pero ya no tenía hambre. El pensar que Laida podría estar en apuros o m… no ni pensar, ella se encontraba bien, debía estar bien. Y no ayudaba precisamente, que no solo algunos amigos tuyos sino que la mismísima ley, los policías, creyeran que yo había tenido algo que ver en su desaparición. Puede que no lo dijeran en palabras, pero allí estaba la sospecha, envolviéndonos como un manto.

Unos brazos me abrazaron con la intención de borrar de mi cara toda la tristeza que la llamada había traído a mí. Me acurruqué en ella, enterrando mi cara en su hombro, como cuando era pequeña y quería olvidarme del mundo entero. Esos abrazos eran mágicos, siempre surtían efecto.

- Creen que yo lo hice pero no es así, tía Violeta- alcé la cabeza para mirarle fijamente a los ojos- lo sabes, ¿verdad?

- Claro, querida, tú nunca has sido capaz de dañar ni a una mosca y mucho menos a una amiga como ella. Yo confío en ti- su sonrisa de doscientos voltios me llenó de ternura y tranquilidad, la tranquilidad de saber que aunque nadie me creyese había alguien que creía en mí con todo corazón.

Por una vez en muchos años no me pregunté cómo habría sido la vida con mis padres, sentí que ya tenía todo lo necesario junto con mi tía.

- Cariño, ha llegado una carta a tu nombre, está en tu habitación- me anunció cuando vio que mi humor había mejorado notablemente-. Y antes de que me preguntes, no sé ni de que es ni que dice, leer la correspondencia ajena está muy mal, ¿no crees?- me preguntó con una traviesa sonrisa.

- De eso hace muchos años, yo no era más que una niña curiosa, y aprendí la lección con creces- todavía recordaba el castigo que mi tía me impuso por coger y leer la correspondencia de todo el vecindario.

Fui a mi habitación después de saludar a mi tía, quien iba a echarse su sueñecito diario de un par de horas para recargar las pilas en el sofá del salón, y cerré la puerta tras de mí. Una vez dentro encontré la carta de la que hablaba mi tía encima de mi mesa de estudios, para ser más específicas encima del libro titulado Dos velas para el diablo. Lo cogí entre mis manos y mientras abría el sobre para ver lo que contenía, me senté en la cama para leerlo cómodamente. De él saqué un papel de color rojo meticulosamente doblado y cuando lo desplegué la carta las palabras que se leían allí de negro me dejaron de piedra.


Querida Diana Hope:

Tenemos algo que tú aprecias mucho. Algo que has perdido recientemente. Si, en efectivo, tú amiga está en nuestra posesión.


No intentes nada, no hables con nadie, y no pienses en enseñarle esta carta a nadie, sino dale por muerta a tú querida amiguita. Si haces cualquier cosa, lo sabremos.


Ten en cuenta que no eres la única persona extraordinaria de por aquí.


Y si todavía crees que me estoy echando un farol, que no soy capaz para hacer lo que he dicho, mira lo que voy a decirte, voy a darte una muestra de mi veracidad y peligrosidad que se te va a quedar grabado a fuego para siempre.



Anónimo

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